Las proezas de este mundo quizá sean necesarias, pero no "suficientes"




Petra, Jordania, siglo I.



Estamos acostumbrados a las proezas de nuestros contemporáneos. Por ejemplo, cruzar el Atlántico en solitario en una embarcación de vela, ir y regresar a la Luna, atravesar la Antártida y llegar al Polo Sur sin más ayuda que la de unos esquíes macilentos, o batir el último récord del maratón.

En 1894, el barón Pierre de Coubertin dio con el lema de los Juegos Olímpicos: ¡"Más rápido!. ¡Más alto!. ¡Más fuerte!." Ponía el énfasis en la "dificultad", o en su superación. Pero el mérito no está en vencer lo  más arduo, sino en lograr el mayor bien. Esta idea, de otra manera, san Ignacio de Loyola le susurró al oído de san Francisco Xavier cuando todavía era un estudiante agraciado en la Universidad de París: "¡De qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma! Así, el de Loyola, Azpeitia, , y el de Xavier, Francisco, unieron su vocación como sus lugares de origen lo estaban en el Reino de Navarra, para alcanzar la santidad.

Sin duda, ambos sufrieron fatigas. El primero, en la consolidación de la Compañía de Jesús recién fundada; el otro, en sus correrías apostólicas en India, Japón y muriendo frente a las costas de China. Creemos que estos logros eran "el mayor bien", pero no se hallaba éste en el "esfuerzo", aunque fuera necesario para subir la empinada cuesta de la virtud heroica.

Asimismo, las idas y venidas a la Luna y a Marte, por ejemplo, conllevan grandes esfuerzos  físicos y económicos; sin embargo, la genialidad de Julio Verne en su obra Viaje a la Luna, encierra en este juego conceptual, con independencia del cansancio, un logro mayor que el de atravesar el espacio entre la Tierra y los planetas. Conocer significa alcanzar la "realidad" de las cosas.

El mártir no quiere el dolor que supone su entrega. El mismo Jesús cuestiona los planes del Padre, cuando  pregunta si es posible alcanzar el destino sin tanto sufrimiento. Pero lo importante era la "salvación" del hombre, de todos los hombres, aunque fuera a costa de la propia vida. Ahora se puede entender mejor las penurias por las que atravesaba la santa Teresa de Ávila, cuando exclamaba: "Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera". Era el fin, no los medios, lo que verdaderamente importaba.

Naturalmente, en ese mayor o menor coste de los "medios" utilizados para conseguir lo que humanamente se hace cuesta arriba, está la virtud que facilita el camino, pero, además (y no es cosa pequeña) está la gracia. Es decir, nunca estamos solos en ese ir tirando del carro de la vida. Pablo oyó muy claro el consejo cuando atravesaba por momentos difíciles: "Mi gracia te basta".
















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