Para remover las sombras de nuestro tiempo dejadas por el pasado



Una noche transmite su mensaje a la otra noche. Al repasar, aunque sólo sea mentalmente, vemos cómo la influencia de un siglo tiñe de alguna manera al siglo siguiente. Sin embargo, el recurso a la oración trastoca todas las inercias indeseables y puede iluminar la oscuridad del camino.

Las luces y sombras del siglo XIX aparecen y llenan la mitad del siglo XX: por fin, la ciencia se podía gloriar de sus logros y contaba con representantes célebres en todas las ramas del saber: Sigmund Freud, Charles Darwin, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y muchos otros. Su prestigio quería obnubilar la fe, pero también surgieron cabezas formidables dentro de la Iglesia como la del cardenal Newman, venido del protestantismo, y la voz incisiva, certera y llena de humor del gran Chesterton (también converso), capaces ellos solos de llenar todo el paso de uno a otro siglo.

El júbilo del final de siglo, se plasmará arquitectónicamente en la nunca superada altura de una torre de acero en París diseñada por el ingeniero civil Gustave Eiffel en 1889, preludio de los grandes logros a realizar en el siglo siguiente. Y la fotografía, ya asentada,  dará buena cuenta de tales logros.

En 1897 moría Teresita de Lisieux con 24 años, y Juan Pablo II la declara doctora de la Iglesia cien años después. Bastó para ello su autobiografía Historia de un alma, escrita por obediencia a su superiora del convento carmelita, situado a la distancia de un paseo desde su casa en Lisieux.  San Pío X la llamó "la mayor santa de los tiempos modernos".

Tan cercanas estaban estas vidas, como para coincidir  los mismos días en el hotel parisiense donde se hospedaron Nietzsche y santa Teresita con su padre, de paso por París hacia Roma a la edad de 14 años. Pero también las sombras del materialismo, inaugurado por Marx, se palpaba en todos los ambientes. Teresita luchó contra la neurosis y sorteó la tentación del suicidio  durante su larga enfermedad (18 meses). Es decir, supo de los claroscuros de la fe, donde no fueron cosa ajena  lo propio de las "tentaciones y gustos" por la modernidad  (le fascinaban los primeros avances de la ciencia y de la tecnología) y el romanticismo de su tiempo, donde se respiraban aires de "insatisfacción" y de "ateísmo". Por todo aquello ofreció su vida, por sus hermanos ateos.

A diferencia de los grandes pensadores de su tiempo, imbuidos en sus teorías y alejados de la fe, Teresita tenía su punto de apoyo en la confianza. Como un pajarillo, apenas podía volar a la altura de las águilas,  dice ella, pero sabe de ese sol oculto tras los nubarrones, en esa "noche de la nada", y en ese estado podía seguir recorriendo su caminito.

Su vida sencilla ha fascinado a grandes hombres y a la gente ordinaria, a religiosas contemplativas y a quienes viven en medio del mundo, con una luz nueva proyectada en los umbrales del siglo XX. Tenía muy claro un punto central de su vocación: "ser apóstol", salvar almas encerrada precisamente en el claustro de su convento, y llegar hasta los lugares de misiones más lejanos (no en vano se le ha declarado junto con Francisco Xavier, patrona de las misiones).

Las guerras terribles durante el siglo XX se han contado y filmado hasta la saciedad. Pero su sombra se alarga hasta hoy, y los jóvenes han heredado de sus padres el tono de las protestas de 1968 en Francia y en otras partes: "Prohibido prohibir". Es la gran lección práctica. Todo se vale.

Si bien, esta lección práctica tiene sus orígenes, tal cual, hace miles de años, entre los árboles del Paraíso. El "ser como Dios" equivale en el fondo a ese desplante de la juventud del 68. El gran fiasco de tal proposición estriba en dejar la oración. Dios ya para nada sirve.

Y esta es la palanca para mover el mundo de su letargo y descamino: la oración. Quizá este es un secreto del que poco se habla. Si se practica, la juventud de hoy puede volver a dar el do de pecho en los quehaceres de cada día.

Junto al nacimiento  del belén es más fácil todo. Especialmente si se está junto al burro.





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