Creer con el corazón

Dentro de poco, los humanos podrían no distinguirse por el cúmulo de sus conocimientos. Sería posible conectar la "corteza racional" con una "nube" repleta  de información programable a voluntad.

La pregunta a esta igualdad simulada sería: entonces, ¿qué nos distinguiría a unos de otros? Es interesante que la "sabiduría" no consiste en la cantidad de información almacenada por una persona, sino por la calidad de sus obras realizadas en concordia con el conocimiento  del fin propio. De esta manera, "la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras" (Mt 11, 19).

Esta visión se repite una y otra vez: no importa qué tanto se tiene, sino el uso dado a esos haberes. Por eso al final, porque hay final, a cada quien se le dará según sus obras.

No falta quienes propugnan una existencia trascendental a partir de las conciencias duplicadas en supercomputadoras gigantes. Esa sería la "eternidad": una réplica tecnológica de la conciencia.

Cuando el hombre se encierra en los planteamientos cuantitativos, se somete voluntariamente a un reducir el todo a los aspectos contables. Se deja fuera la vida del espíritu. Éste no se puede duplicar, pues permanece invariable y singular cuando las cosas ya no se pueden contar porque se acabó el tiempo.

Creer en la trascendencia del espíritu, libre ya por fin de todas las ataduras, las tecnologías incluidas, nos asoma a la "libertad de los hijos de Dios", con la dirección enfocada por el amor, fuente de toda  felicidad,  hacia donde  el corazón alcance llevado por sus creencias íntimas, singulares, sin posibilidad de réplica alguna, porque se han transformado en el mismo querer de Dios para mí,  sin duplicidad posible.

Quizá el abuso, la dependencia de las nuevas tecnologías, lleve a la imposibilidad de creer, debido a la dureza de corazón, y,  por tanto, a  tergiversar el obrar, lejos de las exigencias del amor.


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