Democracia y santidad: ¿no hay una sin la otra ?

El banco de la "espera" en un remanso de paz.


La democracia está pasando por malos momentos, sobre todo en aquellos lugares donde ha campado durante cientos de años.

Sin darse cuenta, la democracia ha sido manipulada hasta convertirla en un acto simple: votar el día de las elecciones.

Pero al principio no fue así. Los proponentes de la Ilustración estuvieron viviendo de las rentas durante un buen tiempo. Les pareció ver en sus propuestas morales, desentendidas de cualquier principio religioso, la panacea de las luchas de religión interminables.

De esta manera, con el espejismo de la neutralidad en el sistema de valores, pusieron a las ciencias del hombre por las nubes, sin reparar en esa sólida base religiosa todavía vigente en buena parte del mundo europeo y la recién asentada nación estadounidense.

Las personas de a pie, el ciudadano, seguían pensando en un poder central, un rey, para asegurarse el mantenimiento del orden y la convivencia, pues era el único sistema conocido en su experiencia política. Mientras, seguían viviendo de las rentas dejadas por su religiosidad.

Los problemas reinantes el día de hoy en los sistemas democráticos, donde la ciudadanía parece recelar de los políticos,  según nos parece, viene dado por un doble movimiento, ocurrido en los últimos cincuenta años.

Por un lado, y por fin, el ideal democrático había permeado las estructuras cívicas, a partir de las cabezas inventoras del sistema democrático hacia la base de la población. Ahora ya se podía elegir a quienes gobernaban la sociedad, y por tanto,  imperaba entonces extender esa prerrogativa a todos, hasta hacerla universal. Todo hombre, toda mujer, sin importar su clase social o procedencia étnica, tenía el derecho a ejercer el voto.

El segundo flujo desestabilizador de la democracia, esta vez decreciente, residía en los valores mantenidos hasta entonces. La religiosidad de los pueblos se fue evaporando, y se comenzaba a ver el vacío moral dejado a la hora de decidir cuestiones tan básicas como la firmeza de decir siempre la verdad, y la obligación de cada quien de contribuir al bien común de la sociedad.

La democracia entonces comenzó a desilusionar a amplios sectores de la población. La mentira campa por doquier  y las oportunidades  no se perfilan con claridad para los más jóvenes y necesitados. Los partidos y sus representantes no acababan de satisfacer las aspiraciones de sus seguidores al no saber crear las condiciones de vida necesarias para crear empleos dignamente pagados, y un sistema social donde se respera la libertad de creencias y el derecho de los padres a educar a los hijos según sus creencias.

Por el contrario, estamos viendo cómo la democracia se está usando para exterminar a los más débiles legalmente, y, a su vez, la inseguridad y los brotes de violencia cunden por doquier,  sorprendiendo a quienes habían apostado, ahora sí, por los valores de la democracia.

El resultado lo estamos viendo  en tantos países donde la guerra se tolera como un "mal menor" (Siria ya va en su sexto año;  Libia se ha convertido en una cueva de ladrones; y la "primavera árabe" no ha traído ni paz ni prosperidad. Mientras, el clima de inseguridad se extiende a potencias nucleares con capacidad de ejercerlas en cualquier momento, donde el sistema de castigos impuestos  no desemboca en una capacidad de diálogo para minimizar las diferencias.

Se sigue diciendo de la "conveniencia de separar" los asuntos de Dios y los del César. Sin embargo, no se ha entendido la máxima evangélica donde se manda aplicar la justicia, dando a cada quien lo que corresponde. No se trata de "ignorar" al otro, sino de darle su lugar, sin imponer, sin confundir.

En definitiva, los valores cristianos han perdido su vigencia en amplios sectores de la población. La democracia como consecuencia ha perdido su sostén invisible. Los principios exaltados durante la Ilustración, no han sido suficientes para consolidar y mantener  un sistema moral.

Montesquieu mantenía la necesidad de la virtud para mantener un sistema democrático. Pero la virtud ya no se lleva, pues se ve como un freno para las libertades del hombre, proclamadas por los herederos de la Ilustración.

Pero, hay algo más grave todavía. La santidad del hombre se mide por el haber vivido la virtud, en grado heroico. Entonces al "separar" a Dios y al César,  en vez de conciliarlos, ni se consigue la paz en la tierra, ni tampoco se gana, al faltar la "virtud", el cielo.

Por tanto, señores, a la democracia para que funcione le falta santidad: hombres virtuosos.
Y eso se aprende en familia y en la escuela.

En efecto, es la santidad, los hombres buenos,  lo que hace buena a la democracia. No a la inversa.









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