La importancia de conocerse y aceptarse






Al ir pasando los años, la memoria suele ir haciendo de las suyas y, como si se dedicara a otros menesteres impropios de ella, las grandes alternativas de la juventud se intersectan en un par de caminos bien marcados, en donde la libertad del hombre puede todavía elegir.

Las cosas se vuelven menos complicadas, si bien la soberbia puede hacer alguna jugarreta, se debe elegir entre aceptarse tal como se es, después de haberse conocido en tantas escaramuzas como la vida presenta en las luchas ante el acoso de la concupiscencia de la carne, la ambición de cosas materiales y ese sentirse superior por encima de todos y de todas las cosas, como dueño absoluto de la existencia.

Los comentarios ajenos sobre la vida privada pública, suelen molestar cuando no conducen a ensalzar los logros personales, como resultado del tesón y pericia desplegadas después de arduo trabajo.

Pero, ese camino lleva a asentarse sobre un fuego fatuo. Los años deben enseñarnos, sobre todo si hemos recorrido los caminos de la vida con verdaderos amigos, a mirarnos dentro, sin esperar un juicio ajeno aunque fuera muy acertado.

Y ese ejercicio cuesta. No en vano los ejercicios espirituales inventados por Ignacio de Loyola durante su estancia de un mes en la cueva de Manresa, ayudan a ese irse descubriendo, sin prisa ni pausa, esas raicillas plantadas en la tierra de la conciencia, donde se arraigan y crecen gracias al abono de esas tres tendencias naturales, propias del hombre.






Los frutos de esas raíces no dejan ver la realidad de nuestras acciones, y se acaba queriéndose uno a sí mismo, en vez de al prójimo y a Dios, pues son la misma cosa.

Al celebrar la Navidad, se conmemora la llegada del Hijo "único"del Padre a la tierra, todo un Dios, para salvar al hombre de su torpe elección y así reconducirlo  a la felicidad planeada para él. Dios nunca piensa en sí mismo. En su relación trinitaria, el ser divino se vuelca en las tres personas distintas de su configuración, y en su creación y la del hombre: se olvida, por decirlo de alguna manera, de su estatus divino y de hace uno más, como nosotros, para nacer en una cueva, crecer en un pueblo desconocido, y ser contado entre los malhechores al morir en la cruz.

En efecto, es el amor, no el odio, lo característico del cristianismo. No se puede vivir la Navidad sin él. Las emociones y sentimientos alrededor de estos días en tantas partes del mundo, nada son sin la presencia del amor, en el trasfondo de las acciones humanas. En el siglo II, Tertuliano advertía a los primeros cristianos normas claras para no confundirse en los terrenos movedizos del amor, ya tan disueltos en medio de las culturas donde les tocaba vivir (y en los diccionarios de nuestra época, por ejemplo, el de la RAE):

              "Los que compartimos nuestras mentes y nuestras vidas, no vacilamos en comunicar todas                   las cosas, Todas las cosas son comunes entre nosotros, excepto las mujeres: en esta sola                       cosa, en que los demás practican tal consorcio, nosotros renunciamos a todo consorcio..."
               (Apologeticum, XXXIX).

Los clásicos solían recomendar el conocimiento propio, pero de ahí a aceptarlo...y poner remedio a los estragos, ahí un paso...: el de paso de las Termópilas (13 kms.). Ahora se está dificultando este conocimiento de sí mismo, ante las propuestas derivadas de la escuela de Simone de Beauvoir, conducentes a la posverdad (ya aprobada por la RAE ayer), donde cada quien elige a su gusto, como en un supermercado lo que quiere ser.

La realidad ya no cuenta.


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