El cristianismo es imprescindible para mantener la unidad (también la de España)

Unidad no significa uniformidad.
Acaba de celebrarse en México la fiesta de la Virgen de Guadalupe, patrona de América. En 1531 se apareció por primera vez a Juan Diego, y lo hizo tres veces más.
A partir de ese momento, lo prácticamente imposible, conseguir la unidad a base de fuerza, resultó en una convivencia en la diversidad de lenguas y de culturas.

Los catalanes independentistas deberían asomarse a las distancias "verdaderas" en lo étnico, en lo lingüístico, en las costumbres y en las formas de pensar. Y hay un solo México. Nadie hace leña de esa diversidad "real" para proclamar su independencia. Se trata de respetar los "usos y costumbres" dentro de la convivencia nacional.

Eso no significa aplaudir el quehacer de los políticos. Por el contrario. A pesar de sus políticas, tantas veces vejatorias y contraproducentes para la unidad nacional, se ha mantenido de "milagro" la unidad de los pueblos y de sus culturas.

Ese milagro  se debe sin duda a la Virgen de  Guadalupe. Desde su aparición a un "indito", con la presentación fuera de toda connotación política, fuera del poderío y de la guerra, enamoró a México y a todas las Américas, del Norte y del Sur, la bendita frase mariana dirigida al santo Juan Diego: "¿No estoy acaso aquí, que soy tu madre?"

Esa maternidad anunciada fue el punto de la conversión de miles, de millones, tal como lo vio el poeta, tan poco amigo de lo religioso, Octavio Paz (que murió bien confesado, sin embargo). Sin la presencia de María de Guadalupe, no se habría dado la unidad americana.

La presencia del náhuatl, zapoteco, maya, mixteco, tzeltal, tzotzil, otomí, mazateco, chol y totonaca, son algunas de las lenguas más habladas en México, sin contar 40 más con riesgo de desaparecer cuyas distancias entre sí son astronómicas cuando se comparan con el catalán, gallego, mallorquín o valenciano respecto del español. Claro está, sin incluir en este listado todas las lenguas de los países de América Latina y el Caribe, donde se habla español. Y la mala fama no explica cómo la supuesta imposición, la fuerza, no acabó con estas lenguas en favor del español.

Ahora bien, cuando en España se desatiende la deriva religiosa, el cristianismo, de la cultura, entonces comienzan a despuntar los brotes de  independencia y de separación. De este fenómeno hay suficientes estadísticas como para mantener este punto: en Cataluña, por ejemplo, el porcentaje de asistencia a la Misa dominical  entre los católicos es muy inferior en quienes apoyan los procesos independentistas.

El mismo ejercicio se ha hecho respecto a los países europeos, donde se comprueba la influencia del cristianismo para lograr la unidad de continente, a partir del siglo V con san Benito de Nursia (480-547), patrón de Europa.

El "vade retro satana!" grabado en el reverso de la medalla de este santo (apártate Satanás) conmina al diablo, padre de la mentira y creador de la división, a irse de sus dominios. Al disminuir la religiosidad de los pueblos europeos, vemos también el avance de las divisiones entre ellos, con la subsecuente falta de unidad. Esa unidad deseada por los fundadores de la unión, de convicciones católicas profundas: Alcide de Gasperi, Jean Monnet y Robert Schuman, este último con el proceso de canonización ya abierto.

Por tanto, convendría, si  de veras se quiere robustecer la unidad, volver a las raíces cristianas de España (y de Europa). Se puede salvar la unidad en la diversidad (y viceversa).

Conviene de vez en cuando, echar una mirada tranquila a la naturaleza, y admirar la diversidad de sus bosques, plantas, flores, animales, montañas y estrellas. Pero, debemos dejarlo bien claro: el cristianismo es necesario, pero no suficiente para crear la unidad. Se requiere además, querer (como ocurre con el matrimonio y la familia).


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