Si quitamos el misterio, aparece la negritud del universo


Sorprenden los vericuetos de los periodistas especializados en los avances de la astrofísica, a la hora de aclarar o descifrar los inicios del universo, tal como se puede comprobar en esta cita: "El universo era entonces oscuro y permaneció falto de fuentes luminosas hasta que la gravedad comenzó a condensar la materia en las primeras estrellas y galaxias".

En otras palabras, al principio el universo estaba a oscuras, "falto de fuentes luminosas". En el Génesis leemos el pasaje correspondiente a este estado inicial: "La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo". En una línea se deja en claro ese momento inicial.

Pero antes de ese momento inicial, también en una línea, leemos: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra".

Cuando se trata de evitar la primera línea del texto sagrado, es decir, sacar a Dios de este momento inicial, se recurre a un giro de fantasía de Walt Disney: "la Tierra se formó", como si antes de esa formación hubiera habido algo.

En realidad no importa, pues la forma de contar de la ciencia no tiene por qué coincidir con el de la Sagrada Escritura. Por el contrario, ambas narraciones no se oponen y muestran cómo la milenaria versión bíblica deja para cualquiera una versión inteligible.

Si seguimos adelante del acontecer después del Big Bang, la gran explosión inicial, los especialistas acuden a una metáfora para describir el estado del universo: "era una sopa caliente". El relato de la Biblia, ya citado, nos dice "era caos y confusión".

Y continúa el relato bíblico. Entonces, Dios dijo: "Haya luz, y hubo luz". Se dijo y se hizo la luz, sin mediación de tiempo. La cita del articulista, sin embargo, desemboca en la misma idea, aunque para ello  deba  mencionar "los misterios del cosmos", y proporcionar la  cifra de "a solo 690 millones del Big Bang, poco más de un instante en términos cósmicos"; es decir, un "instante" en el que se forma el primer punto de luz conocido por nosotros, un cuásar.

La claridad de la narración bíblica entre el "hágase" la luz y su aparición significa  ese "instante", sin mediar el tiempo casi,  mencionado también en los descubrimientos científicos, donde hablan de esos puntos de luz, los cuásares, como "fruto de una verdadera carnicería estelar", y nos  da "información" sobre  "cuando empezaron a formarse las primeras estrellas".

En este relato citado   ya se  deja de hablar  con metáforas o analogías representadas por  el "como", y se afirma sin remilgos  el "son" fruto,  a pesar de referirse a  algo desconocido, bien  llamado "materia" o "energía oscura" por los físicos de nuestro tiempo. Pero resulta más llamativo el lenguaje usado por el narrador muy parecido al de un cocinero preparando un  cocido, cuando  se habla de "carnicería estelar" y de "sopa caliente", quizá para hacernos entender a  quienes, enredados en la cocina, no somos expertos en estos temas.

De paso sea dicho, la "carne" en el proceso de la creación (o de la "evolución" en el lenguaje científico) no aparece sino en el quinto día (período de tiempo), cuando Dios llama  a los peces y a las "aves" a llenar y multiplicarse en su medio. Si se nos permite,  diríamos de la imposibilidad de organizar una "carnicería" cósmica sin  "carne", sin contar todavía con "seres vivos".

Por  tanto, incluso hoy, tiene más sentido, "racionalmente" hablando, usar el término "creación" en frente de los mejores resultados científicos. No se trata de menoscabar las aportaciones de la ciencia, pero tampoco podemos silenciar la fe como  algo "irracional", acientífico.

Al contrario, la fe es racional, y en el caso de la creación supera en mucho las mejores hipótesis de la ciencia, como afirmaba en su día el cardenal Ratzinger en Creación y pecado.

Si quitamos el misterio, mencionado varias veces en el artículo citado, aparece la negritud de la existencia.

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*Para más detalles sobre el artículo de prensa mencionado ver a Daniel Mediavilla en El País, Ciencia, 7. XII. 2017, "El agujero negro más antiguo":     

                         elpais.com/elpais/2017/12/06/ciencia/1512559138_506254.html










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