Elegir, siempre elegir un camino

La satisfacción del hombre surge al comprobar el irse haciendo. Sobre todo cuando se contempla si la obra se realizó con  cariño, puesto en ese haberlo querido  hacer bien.

Hoy se ha intentado separar el hacer del bien-hacer  y se quiere comprar, pues se vende, la satisfacción, como si fuera algo producido separadamente de la obra bien hecha, sin trabajo.

Hay quienes se pasan la vida zarandeados por los aires de las circunstancias. No está mal, mientras los aires no soplen con demasiada fuerza. Ante el ventarrón hasta llegar a  la brisa  experimentados por el profeta Elías en las faldas del monte Carmelo, se debe tomar postura bien para protegerse del viento huracanado  o para disfrutar, por fin, de la brisa en  calma para poder escuchar en ella la voz del Señor.

Los atención de los sentidos se cansa en seguida en el seguimiento necesario para captar lo propio de cada uno de ellos. Por ejemplo, los sonidos no suelen llegar a la conciencia, pero, la temperancia de la brisa, deja libre  paso hacia lo más íntimo de la persona, donde se resuelven con un juicio la calidad y el valor de las acciones humanas. Viene a ser como el silencio de la contemplación frente al ruido de la máquina.

Cuando falta el juicio resulta difícil elegir, o se elige a ciegas. Por lo menos en la cultura occidental se ejerce la libertad al separar las cosas, unos elementos de otros para poder discernir. Los orientales no van por ese camino, y  se confunde al final el uno con el todo.

Dejar pasar la vida sin elegir, sin optar por este o aquel camino, como si no hubiera un fin propio para el hombre encauzado por el curso de las obras emprendidas, asemeja   su comportamiento, ni siquiera con los animales, electores sagaces para la supervivencia, ni tampoco con los árboles, teñidos por ese abrigo verde de musgo para protegerse de las acometidas del frío proveniente del Norte. En efecto, incluso las piedras reaccionan ante los embates de la naturaleza para conservar su integridad, aun sin comprender la razón de sus cambios adaptados al ambiente.

Pero el hombre, dotado como está de sensibilidad, inteligencia y querer, al dejarse en las manos de los instintos solamente, por comodidad o negligencia, a la hora de ejercer su señorío, su dominio, la preferencia ante las alternativas (siempre las hay) de la vida, se deja llevar, sin ejercer su señorío, como una pluma por el viento.

Al escribir, se va recorriendo un camino, muchas veces sin saber a dónde conduce. Pero al perseverar en ese andar, cansino, sin grandes luces al principio, se va configurando una pauta ante los sentidos, donde la inteligencia descubre ese algo encerrado en las cosas, capaz de sintonizar la atención lo suficiente como para seguir por ese sendero nuevo donde se vislumbra el sentido.

Este ha sido el camino recorrido por tantos investigadores. Se prende la atención de un detalle, inocuo a primera vista, para dar paso, si se persevera, a una fuente de luz tenue, como la luz al amanecer, pero con gran atractivo,  porque una pauta lleva a otra, y a otra más, hasta formar un todo, siempre inacabado pero con la suficiente estructura  como para inteligir una percepción nueva, prometedora.

Y el camino se va abriendo más y más con la luz de la perseverancia. Se comienza sin saber cómo y ya nunca se acaba; mientras se vaya eligiendo hay luz, proveniente de la aurora. Al percibir los límites, también los de nuestra vida, si se aceptan, comienza el nacimiento de la sabiduría porque se elige el fin como parte esencial del camino. Son los claroscuros del vivir en este mundo tal como somos, a sabiendas de poseer ya el futuro por el amor: se tiene en presente lo deseado desde siempre, parte de esa luz natural de la existencia.







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