Vida, familia y trabajo: los pilares del mundo

Primero, ¿hay pilares que sostienen el mundo? Si la respuesta es afirmativa, ¿cuáles son? Y si estos pilares se cayeran, ¿qué pasaría?

Estos son los pilares: la vida, la familia y el trabajo. Si se atenta o se suprime cualquiera de ellos, el llamado mundo, se desmorona. Los tres componentes constituyen el sello trinitario en la naturaleza humana. Sin la "comunión" de estos tres elementos no se explicaría la presencia del hombre sobre la tierra. Sin vida no habría familia, y sin trabajo no se daría el alimento necesario.

La vida, el un don fundamental con un "propósito" concreto. No es "algo" que se arroja ahí, sin más, para que exista, como pretenden los buscadores de dinero de la NASA para invertirlo en alguna galaxia lejana, siempre anunciando con señuelo de mercachifle  la "posibilidad" de encontrar vida. Por supuesto: "para Dios no hay imposibles"; él es "Señor y dador de vida", la expresión más pura del amor entre personas. Por lo tanto, el exterminio de la vida,  de una persona, es el indicador más radical de la carencia de amor. Los seres impersonales, todos los componentes del mundo animal, son incapaces de amar. En su "próximo" reside la fuente de su alimento, una relación puramente "utilitaria".

El "ser persona"significa tener un "fin específico" al que contribuye con sus actos conscientes: a un modo de ser corresponde un modo de obrar concreto. De ninguna manera es una burbuja caprichosa flotando en el cosmos. Esa persona tiene el deber de comportarse de acuerdo a ese fin. Es una realidad ética, apta para el bien.

Y contemplamos con sencillez la maravilla de este ser persona creado a "imagen de Dios" en su despliegue de "hombre y mujer", pues "no conviene que el hombre esté sólo", no acompañado exclusivamente de animales y cosas pues no encontró entre ellos una "ayuda adecuada". Es decir, el hombre ahora ya se puede donar al otro, y hacerse "una sola carne" y obedecer el mandato de "ser fecundos", formando de esta manera una familia a partir de esa unión conyugal fecunda.

Así, poco a poco, vamos descubriendo el sentido de ser en el mundo: "multiplicarse" y cuidar de esa vida incipiente, mediante el don mutuo y la recepción recíproca del otro marcados por la diversidad de cuerpo y de su sexo.

La familia. Nace de una estructura original: el matrimonio de un hombre y una mujer unidos para siempre por el amor (don mutuo) de cuya entrega  nacen los hijos. De que se avenga el matrimonio a hacerse una sola carne, no se sigue necesariamente la concepción de los hijos, como bien sabemos.

El amor, por definición, es para siempre, apto para engendrar  cuidar la vida; la eternidad pertenece a su esencia porque Dios es amor.  Por eso conviene fincar el matrimonio sobre este fundamento. Sin embargo, la ausencia de amor (como se dice ahora: se me acabó el amor), se apoya en la "institución matrimonial", creada por Dios "para siempre",  donde no se contempla el divorcio. Cuando el cielo se anubla no se exclama: ya no existe el sol; es la hora de caminar sin tanta luz, o sin tantas ganas. La palabra dada significa, se refiere a la alianza, al  vínculo, valor intrínseco del matrimonio.

Por tanto, cuando se desvirtúa la palabra, al desviarla de la realidad a la que se  refiere, de donde proviene su sentido, entonces se desvirtúa también el matrimonio al no expresare con ella la verdad de una relación. Por ejemplo, no se puede centrar el matrimonio en el signo del "lazo" impuesto a los cónyuges durante la ceremonia nupcial, so pena de pretender convertir lo accesorio en esencial. Es decir, invalidar la palabra dada quemando el lazo después. Mucho menos se puede cambiar la "materia prima" del matrimonio, un hombre y una mujer, por otro tipo de formación cualquiera, pues la palabra no se referiría entonces a la realidad originaria de la institución matrimonial.

En este último caso, la insistencia divina en  sed fecundos, dirigida  a las personas (también a las cosas, a las semillas), quedaría imposibilitada como algo antinatural. El desplegado del Sinaí especifica usar el sexo sólo dentro de las relaciones matrimoniales, y condena por tanto la "el fornicar", que comienza, según se explica luego en el Evangelio, cuando un hombre mira a una mujer "deseándola en su corazón".

Entonces, la infecundidad, promovida en la actualidad por tantos medios, es una señal clara de querer horadar uno de los cimientos que sostiene el mundo: la vida, la cual viene de la "madre", esa mujer parte esencial constitutiva del matrimonio; no de una probeta, de un vientre alquilado o de algún otro procedimiento artificial o antinatural.

El trabajo. Constituye el otro soporte del hombre, de la familia y de la sociedad. Leemos en el Génesis que la tierra entera está en función del hombre, y no al revés. Además del agua, necesaria para producir fruto (hierba del campo) se necesitaba del "hombre que labrara el suelo". "Entonces Yahvé Dios formó al hombre del polvo del suelo". Así se entiende que Yahvé Dios pusiera al hombre en el jardín del Edén, "para que lo labrase".

Por supuesto, la presencia del agua se necesita para cualquier forma de vida, como vimos antes; pero el hecho de contar con ella no es suficiente. La vida es un don, que necesita agua, pero el agua por sí misma no precipita el don. Por eso, el trabajo del hombre enviado a un planeta lejano, aun contando con la presencia de la "lluvia" en esa superficie, resultaría estéril sin la presencia primera de la vida. La abundancia de grano, de semilla, de semen, no basta para engendrarla.

Debemos entonces trabajar siempre. El hijo de Dios hecho hombre,  trabajó todos los días de su vida, tal como "trabaja siempre" su Padre que está en el Reino de los Cielos. Lo mismo hacían sus padres: José y María.

Solamente los señoritos del siglo XIX y su continuación en el tiempo, quisieron entender el ganarse el pan con "el sudor de su frente", como ganarlo con el "sudor del de enfrente". Desde los principios del cristianismo al menos, san Pablo dejó claro este encargo cuando advierte a los tesalonicenses más de una vez, "que trabajen con sus manos" y "si alguno no quiere trabajar, que no coma".

Alguno se puede preguntar cuál es la voluntad de Dios, y si está basada en estos principios, o pilares.
La respuesta sigue inalterada desde la creación del hombre, y nos lo recuerda de nuevo el apóstol de los gentiles, Pablo: "esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación". Es decir, si Dios crea el hombre "para trabajar", y quiere su "santificación", entonces, la forma ordinaria de lograrlo será por medio del trabajo.

En resumen, desde el primer crimen de la historia, perpetrado por Caín, se advierte el valor de la vida en la gravedad de la sentencia divina: "La sangre de tu hermano clama hacia mí desde la tierra".

Luego el Señor dará la razón de su venida a la tierra: Yo he venido para que tengan "vida" y la tengan "en abundancia". La vida es algo "bueno" y de su plenitud participamos todos a través de la familia, que es, en palabras de Karol Wojtyla, la expresión aceptada en conciencia en todo acto conyugal de la paternidad y maternidad responsables, es decir, la "apertura a la vida" desde la dimensión íntima de la communio personarum. 

Una unión que va mucho más allá,  es decir, "antes", de la unión sexual y del placer que conlleva, porque la "comunidad familiar" nace a partir del don de sí, del amor, inscrito como algo natural en la persona de un hombre y una mujer, sin cuya entrega mutua no se alcanza la felicidad

En otras palabras, el sentido de la unión conyugal son los hijos, o, lo que es lo mismo, "el sentido del matrimonio es la familia", como afirma  el cardenal Wojtyla, a partir de esa vida engendrada en el amor. Si se atenta contra la vida, nos extinguimos; si se distorsiona o rompe la familia, se acaba la posibilidad de aprender a amar; si se acaba el trabajo, no subsistimos y retrocedemos como personas.











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