¿Educación sin exigencia? Nunca se alcanza la felicidad.

Los clásicos sensatos pensaban que la "felicidad depende de la felicidad de los demás." SI esto es cierto, entonces, deberíamos dedicar nuestra vida a hacer felices a los demás. 

Las cosas buenas, y esta idea lo es, no se concretan por real decreto. Por ejemplo, vamos a malograr o a impedir toda acción mala. En primer lugar, el campo de lo bueno y lo malo pertenece a la moral,  que cuida de la realizar con virtud cada una de nuestras acciones.

La moral queda lejos de ser un árbol que da moras. Esta ciencia se relaciona con el bien obrar, con las buenas costumbres, con el bienestar social, con el bien común. Es decir, con todo lo "bueno".

Lo bueno hace feliz al hombre. Y todo hombre quiere ser feliz. Entonces, enseñar la virtud debe estar en la cima de las prioridades en todo sistema educativo, cuya "solución está en la cumbre".

Y junto a lo bueno, el amor da peso específico a todas nuestras acciones. Se entienden bien entonces, las descripciones de los condenados  en el infierno por quienes han "sufrido" tal visión. Los ven como "pavesas incandescentes flotando en el fuego de un lado a otro". Y se entiende lo descrito de esta manera, terrible y simple a la vez, porque lo esencial de un condenado es la carencia absoluta de amor, cuerpos sin peso.

Los escaladores no se detienen ante las dificultades. Van dando pasos cada día, uno tras otro, hasta el logro de la destreza necesaria para el logro de la meta. En esto consiste el proceso educativo. Ahora bien, si para eliminar el esfuerzo implicado  en esta aventura, quitamos de en medio la escalada hacia la cumbre y llevamos a nuestros hijos por un terreno llano, libre de obstáculos, entonces, una contrariedad mínima aparecida en el camino, dará al traste con los deseos iniciales de alcanzar una meta en las alturas.

Nuestra meta es la felicidad, en esta vida y, después en la otra. Por eso los santos han sido todos personajes muy felices ya en esta vida, a pesar de todas las dificultades encontradas en su ascensión. Han aprendido a poner amor  en cada uno de los pasos en el camino de culminar las cosas asignadas a su quehacer, fuera el que fuere.

Este entrenamiento comienza en casa. Sin unos padres exigentes, con el debido cariño propio de quienes saben dar y pedir lo debido en cada situación porque se juegan su felicidad, resulta difícil entender cómo se pueden escalar, culminando, los  "ochomiles" de la vida. Esta forma de ver la existencia, debe continuarse en las escuelas y colegios. La ciencia sin virtud, para nada sirve. Cuando se carece de esta exigencia, destinada a convertir en amor  la virtud, saltan luego como "palomitas" de maíz incluso en las pruebas deportivas, por ejemplo. El engaño sustituye a la virtud. Son muchos quienes andan en esos caminos de drogas disfrazadas de falsos logros. Así se va instalando la confusión como un condición natural de las cosas.

Por este proceso se puede entender cómo muchas personas quieren de verdad hacer el bien, pero les fallan las fuerzas por falta de preparación de la voluntad para seguir queriendo subir a pesar de los pesares.

La alegría ficticia después de disfrutar de un placer momentáneo, conseguido por medios artificiales, sirve de base a la memoria para guardar este recuerdo, cuya presencia demanda la obtención de otra satisfacción inmediata para ir sorteando las dificultades o para continuar viviendo en un mundo donde la voluntad no se alegra por el esfuerzo invertido en logros conducentes al fin del hombre, sino se conforma con ir trampeando con su falta de fortaleza  el consuelo ficticio de satisfacerse a sí mismo por medio de la droga o de otros placeres no derivados de la ascensión a la cumbre donde puede encontrar a su verdadero fin, su meta de ver cara a cara al Creador. 

En resumen, la educación consiste en extraer de uno mismo la conducta necesaria para alcanzar el fin mediante el amor. Es el peso de estas obras, hechas con amor, lo que permite escalar, cada vez pesando menos, hasta la cumbre, donde se resuelven todas las cosas.

















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