¿Por qué el hombre tiene libertad?

La respuesta más simple a esta pregunta sobre la libertad es, porque Dios lo ha querido así.

Pero, además de esta respuesta categórica, ¿hay algún indicador que nos dé alguna luz más sobre este querer específico divino?

La respuesta es afirmativa. En las primeras líneas del Génesis leemos a Dios hablando, en plural, "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Ahora no es el momento, pero este hablar en plural no parece ser un modo literario, mayestático, de decir. Quizá es el primer atisbo en el primer libro de la Biblia, de encontrarnos con un diálogo entre personas de la Trinidad.

El punto de la libertad del hombre, si atendemos a ese hacer al hombre a su propia imagen, no sería sino un atributo divino dado al hombre, para así parecerse más a él.

¿Y por qué precisamente en este punto de la libertad, quiere Dios que tengamos un parecido con él?

Hay que saltar al Nuevo Testamento, en la definición dada por Juan, el evangelista, de Dios mismo. "Dios ---nos dice--- es amor". Aquí ya no hablamos de un atributo más; estamos asistiendo a una definición "esencial", lo que Dios es en sí mismo, aquello que sin lo cual no sería Dios.

Al avanzar en ese concepto del amor nos encontramos en su intimidad con la libertad. Sin libertad no se puede amar. La libertad y el amor forman una trenza inseparable. Ahora bien, en el caso del hombre, esa libertad dada sin merecimiento alguno, esa libertad de la que no gozan ninguno de los animales de la creación, supone el riesgo mayor que Dios quiso correr con el hombre (y también con los ángeles). De hecho, tanto los ángeles como el hombre no supieron asumir ese riesgo, aunque no todos.

Así pues, el uso de la libertad es una aventura arriesgada. Todo se puede venir abajo en un segundo. Por tanto, el recurso al creador debe ser constante, pues si podemos constatar el poder de la libertad, sabemos que sin recurrir a quien la otorga, "nada podemos hacer", si de veras se quiere llegar al final del camino. Este es el punto de referencia: elegimos continuamente porque gozamos de libertad, y debemos discernir si el curso de cada acción emprendida  desemboca en el fin debido.

San Agustín entendió bien el uso de la libertad cuando afirmaba "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Hay que querer. La voluntad que se une al sentimiento de afecto del corazón por lo que es bueno, llega incluso más lejos que el conocimiento. La soberbia del ángel caído basada en el mucho saber, cegó el recurso del amor, su razón de ser.

Por ejemplo,  en  la "consagración" del cáliz en la Misa se dice que la "sangre" será ofrecida por la salvación de muchos. Ratzinger en su día aclaró este punto con los obispos alemanes, distinguiendo entre la "interpretación"  deseada (todos) y la literalidad del texto (muchos), distinguiendo así entre la demanda episcopal y la oferta de la Escritura

Aquí nos asomamos de nuevo a un importante resquicio de respeto a la libertad, muy de acuerdo con la frase de san Agustín citada. Por supuesto, Dios quiere que todos  los hombres se salven; por eso los crea. Pero cada quien es libre de decidirlo. Y eso es precisamente lo indicado con el muchos de la fórmula consacratoria. La partícula muchos es incluyente: todos los que quieran se pueden salvar. Desafortunadamente, no todos quieren o han querido.

Por tanto, el amor sigue haciendo de las suyas en su lenguaje de libertad. María, incluso, debe decir "hágase", en pleno uso de su libertad a la propuesta de amor divino.

El amor implica la libertad. Pero la libertad no siempre desemboca en el amor. He ahí el riesgo.








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