¿Qué es en realidad un buen negocio? ¿Gestores de la felicidad?










Para empezar, podríamos echar una mirada sobre los llamados buenos negocios de la historia.

La antiquísima ruta de la seda, el mercado de bienes con el nuevo mundo, las materias primas de África durante fines del siglo XIX y comienzos del XX y, en la actualidad, el negocio de los diferentes tipos de energía. Pero se queda uno más en el tintero: la venta de armas. La guerra ha sido siempre un buen negocio (para algunos).

Hay una frase venida de un libro antiguo: el Evangelio. Perdón por citar este texto, tan dejado de lado por muchos, pero ahí se nos dice algo interesantísimo en relación con los negocios. Se habla de "rendimiento a la inversión" en unos porcentajes muy por encima de los manejados en el  discurso diario de las casas de bolsa y de la banca. Incluso se indica el curso a seguir par obtener esos elevados réditos.

Por ejemplo, se maneja el porcentaje de ciento por uno, cifra inaudita en las finanzas de nuestro tiempo, y, quizá, de ningún otro.  De paso, se distingue entre la audiencia sin mencionarlo, entre "creyentes" y "no creyentes", para respetar la libertad de los oyentes a quienes les puede interesar un buen negocio: se les promete el ciento por uno, aquí, y después la vida eterna. El negocio parece impresionante. 

Sin embargo, la condición para ambos es la misma: dejar los lazos afectivos del mundo a causa de su nombre. ¿Qué quiere decir dejar padre o madre, hermanos, esposa? Significa no tener otro asidero que él. Para muchos, es aquí donde la "marrana tuerce el rabo". Dicho de otra manera, como en los tiempos del decálogo del Sinaí, todavía vigentes: "Amar a Dios sobre todas las cosas". 

Para ser feliz, entonces, se requiere del desprendimiento. Por eso, causan risa y pena, cuando empresarios de altos vuelos y distinguidos universitarios e investigadores, tratan de darle al clavo en su búsqueda de la felicidad para los empleados de una empresa, y caen en la cursilería de los acompañantes de Cortés en su conquista de México, ofreciendo cuentas de cristal a los indígenas a cambio del oro.

Usan de ampulosos nombres, tales como "gestión de la felicidad", "conseguir una empresa humana", si bien se trata de incrementar la productividad a cambio de su satisfacción, conseguida de alguna manera, por algún medio, a sabiendas de la baja o nula relación entre ambas variables.  

La felicidad, aquí y en China, es oro. No se produce en una mina. Es un proceso de añejamiento personal, donde se van destilando las flores y los frutos del mundo. Las abejas no destruyen las flores ni se apropian de ellas para conseguir la miel, el oro de su cosecha.

Se precisa de las flores para producir miel, pero se dejan en su sitio, produciendo aromas y color en los campos.

El hombre debe pasar así por la tierra, sin pretender apropiarse de las personas y de las cosas. Entonces se puede estar en condiciones de ser feliz, de producir oro
el trabajo bien hecho, por un fin noble (aunque sea barriendo las calles o las casas) es una buena aportación al bien común. Pero, si se hace por la causa de él, se convierte en oro, en miel. Equivale a multiplicar la cantidad de lo "hecho" por una cantidad inconmensurable. Por el contrario, si ese trabajo no está hecho "cara a Dios", la misma cantidad de antes se multiplica por "cero". El resultado, lejos de convertirse en oro, se nulifica.

En parte, la felicidad  viene de dejar todo en las manos de Dios. Él sabe más. Sabe qué nos hace falta y nos ama con locura. Se procura conseguir lo necesario para la vida, sin apropiarse de cosas y personas. Por ejemplo, el fin del matrimonio normal entre un hombre y una mujer es la procreación, no el sexo, aunque de paso se remedie la llamada de la concupiscencia de la carne. Cuando se equivocan los términos de esta relación, fracasa la relación porque no se destila el amor 

Asimismo, no tomar esposa e hijos por amor a Dios encaja aún mejor en el paradigma presentado evangélico del ciento por uno. Pero el secreto del negocio está en la capacidad de amar en todo lo que se va haciendo. 

En fin, las analogías como ésta nunca son perfectas. No se trata de eso. Se trata de aprender a ser felices en una relación, en esta vida, para que produzca el ciento por uno, y, después, si se es creyente, la vida eterna. Un buen negocio.










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