¿Qué pasa con la corrupción?

La corrupción se ventanea a diario como una plaga. ¿Qué hacer?

Desde tiempos milenarios, la sal ha sido el gran remedio para que los alimentos se conserven sanos y para darles sabor.

Pero hoy se quieren solucionar todos los problemas con la "técnica" y con los descubrimientos de las nuevas ciencias. Sin embargo, la corrupción se cuela por las rendijas de estas aplicaciones modernas, y campa a sus anchas.

Nos hemos olvidado de la sal o bien la sal se ha vuelto insípida. No podemos arreglar un problema fundamentalmente moral, aplicando soluciones "técnicas". Y la moral nos dice que debemos cambiar nuestro comportamiento, pues se trata, en el caso de la corrupción, de acciones torpes, indignas del hombre, porque el hombre deja de ser lo que era, y se acerca a las bestias, que no reconocen a sus semejantes.

La moral se relaciona con las costumbres. Es la ciencia de la costumbre, de los hábitos buenos, esas virtudes que se aprenden cuando se ven vivir en la familia, en la sociedad, de manera natural, sin hacer aspavientos.

En eso consiste la sal. No se trata de química, estamos hablando de moralidad. La sal ha perdido su sabor  en nuestro tiempo porque se ha relativizado la moral, como si fuera una moda, el precinto de una marca adquirida según el gusto de cada quien; pues, en última instancia, cada uno lleva lo que bien le parece (aunque no sea bien).

Deberíamos, de vez en cuando, volver a hojear los clásicos, en el siglo de oro, y sin ruido (algo difícil de conseguir), meditar un poco el "aunque no quiera, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera" de la santa de Castilla, Teresa. Hoy se lleva el "obedecer" los padres a los hijos, cuando dicen: "no quiero, no puedo, tengo estoy cansado, déjame dormir". La conciencia moderna ha decidido por "real decreto", es decir, porque le da así le da la gana, la doctrina moral.

Entonces, sin sorpresas, aparecen como los hongos con la humedad, todas las formas de corrupción. Y esta corrupción aparece incluso en la liturgia de la Iglesia, cuando los sacerdotes abandonan las "formas" tradicionales, nacidas desde siempre, a partir de lo que se celebra, y se decantan por hacen el "payaso" con el fin de atraer a los feligreses.

En efecto, estamos ante una verdadera plaga porque se han perdido la sal y su sabor. Ambicionar el poder a toda costa, sin reparar en medios, sin calibrar los fines propios del hombre. Con esta visión, se echa abajo todo el "sermón de la montaña", donde Jesús pone los puntos sobre las ies con aquel "habéis oído que se dijo, pero yo os digo". Los "pobres", los "mansos", los "perseguidos" los que "lloran", los "hambrientos", los "limpios de corazón", etcétera, ... heredarán el Reino.

Nos hemos alejado mucho de la moral, es decir, de Dios. Por soberbia, como si el hombre se hubiera inventado a sí mismo, va también inventando las reglas y conductas que le conviene. De esta manera se ha ido dejando de vivir en un mundo de fe, para ir a uno de conveniencia, donde el capricho personal ha corrompido todos los estamentos de la vida.

De ahí la dificultad de extinguir esta plaga universal.



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