¿Son héroes los santos?

Depende. Si nos vamos a la genealogía de las palabras, la etimología, la voz castellana héroe proviene del griego. En su  cultura mitológica, el héroe era un "semidiós", alguien nacido de una diosa o un dios y una persona humana.

El diccionario de la lengua española, mitiga esta definición para dársela al "varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes".

La Iglesia pide de  un santo  la comprobación de haber practicado las virtudes en grado "heroico", si bien, la definición de un tal, ocupa en el diccionario un buen espacio, abriéndose paso con una exigencia de hombre "perfecto y libre de toda culpa", para continuar una aplicación a la persona "de especial virtud y ejemplo".

San Pablo llama santos a los primeros cristianos, por su vocación a la santidad después de recibir el bautismo, al concretarse de esta manera el plan divino diseñado para cada quien "antes de la constitución del mundo". Por eso, toda persona que vive y muere "en gracia" puede ser llamada así, santo, porque cumple con el plan.

Sin embargo, la Iglesia se ha reservado ese título a quienes han vivido su vida luchando por alcanzar las virtudes ordinarias correspondientes a nuestra naturaleza humana, pero de modo ejemplar, "heroico".

Esto no nos debe llevar a equívocos, y ver a la Iglesia como una comunidad constreñida por imposiciones caprichosas. Sabemos que todos los hombres están llamados a la santidad: por eso los creó Dios.  Pensar de otra manera, supone tener un concepto de Dios aberrante.

Ahora bien, ese Dios, inteligencia creadora, bueno, ha  preparado todo para ese fin extraordinario, el único con sentido para el hombre, dándole la libertad para elegirlo, como cosa propia. Y aquí es donde algunos hombres pueden ignorar esta llamada planeada desde siempre, y elegirse a sí mismos (no  al otro), es decir, la soledad.

Esta elección absurda, sigue siendo un misterio. No se alcanza a ver con la razón proceder así, porque es irracional. Pero no basta con ver para actuar según el plan diseñado específicamente  para cada uno; se precisa querer. Y creer.

Y en ese querer, ir queriendo, aparece la dificultad, el cansancio, el darse gusto a sí mismo, desoyendo el "no comáis de ese fruto del árbol prohibido", aunque se pueden probar todos los demás. Es la eterna lucha entre querer y obediencia.

Nuestro querer, orientado al fin, a nuestro bien, se desdibuja al desobedecer. Y se requiere un acto de obediencia para alcanzar el fin, queriendo.

Resulta ilustrativo considerar el recorrido de los héroes de la mitología. Lo eran por nacimiento, pero acababan mal sus días, por un descuido, una imprudencia, un dejarse llevar por pasiones, por los celos, después de haber conquistado casi el mundo.

También el nacimiento de un cristiano es algo sublime, por se literalmente hijos de Dios, como nos recuerda san Juan con insistencia, apartándose así de las leyendas míticas. Pero el camino de la existencia humana, lleno de peligros, no se puede recorrer sin recurso a ese Dios, que es Padre, que nos ha puesto en este mundo.

Sólo cuando nosotros, héroes sin cortapisa alguna, nos empeñamos en caminar por nuestra cuenta, solos, en donde se descubre que nuestra aparente fortaleza, tiene en el talón, como Aquiles, su debilidad: tenemos los pies de barro, y aparece claro cuando el hombre, al elegirse a sí mismo, se encuentra en la soledad, apartado de su creador.

Por tanto, este es el heroísmo requerido para llegar a ser santo: dejarse en las manos de Dios, y así querer lo que él quiere y lograr lo querido por él para nosotros.








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