María: Inmaculada y madre de Dios (No hay imposibles)

Gabriel, secretario particular de Dios, nos descubre algo que ya sabíamos por la historia de la salvación y por los Salmos, pero no se nos había revelado tan claramente, como cuando visita a quien iba a ser madre de Jesús: Para Dios no hay imposibles

Uno de esos imposibles es el perdonar los pecados. Sólo Dios puede hacer tal cosa. Queda muy claro durante los diálogos en la curación del paralítico. La salud espiritual es más importante que el bienestar físico. Nadie le había pedido a Jesús, que perdonara los pecados, cuando le descuelgan al paralítico por la techumbre. Pero Jesús se ofrece a realizar ese perdón, imposible para el hombre. 

El escándalo producido en el recinto, notable. Sólo Dios podía hacer tal cosa. No querían admitir los fariseos el origen divino de su persona. Querían presenciar el espectáculo de los milagros, sin pararse a pensar cómo tales curaciones se realizaban. Pero Jesús, Dios, produce ambas curaciones: la del alma y la del cuerpo.

Para Dios no hay imposibles. La transgresión del Paraíso no tenía remedio. La ofensa del hombre a Dios era infinita, una distancia imposible de abarcar por nuestros primeros padres después de la desobediencia. Pero Dios se abaja a la altura del hombre, y promete el perdón por medio de una mujer. Nacería libre de pecado y, por tanto, aplastaría la cabeza de la "serpiente".

Los ángeles también pecaron contra su creador. Y se quedaron para siempre en su decisión voluntaria de no someterse jamás a él. Para Dios no hay imposibles, pero respeta el don de la libertad concedido a cada persona creada: los ángeles eran personas y fueron también creados.

En el caso del hombre, su pecado fue fruto de una seducción, según Eva, y entrega de su libertad a la "serpiente". Pero nunca fue el resultado de una rebelión, como en el caso de los ángeles. Luego, había un espacio para el rescate, libre de obstinación.

El plan divino entra en vigor. Promete algo inimaginable para el hombre: un redentor, a la vez divino y humano, a nacer de una criatura, una mujer concebida sin siquiera pecado original, contraído por todos los mortales a raíz del pecado original de Adán y Eva. La mujer digna de ser la madre de Dios, iba a ser María.


Esa es la fiesta de hoy, la Inmaculada Concepción, fecha de la proclamación del nuevo dogma por Pío IX en la Encíclica Ineffabilis Deus.  Deseada durante cientos de años, el Papa lo proclamó como un dogma de fe en 1854. Cuatro años más tarde, la virgen de Lourdes, se presentaría al mundo con ese nuevo título: "Que Soy Era Immaculada Concepciou" (en "patoi", pues la jovencita no dominaba el francés) en su aparición a Bernadette, una joven de 14 años, un jueves del mes de febrero de 1858. El hecho se repetiría 18 veces más, hasta el 16 de julio de ese mismo año. María vino a decir: Que he sido desde siempre concebida sin pecado.

El fundamento de esta advocación, sin embargo, lo encontramos en el evangelio de san Lucas, cuando el arcángel Gabriel, saluda a María con el llena de gracia.

Es en este contexto donde María, virgen, acepta los designios de divinos para ser la madre de Dios, sin intermediación de varón alguno, porque para Dios no hay imposibles.

Es decir, quedamos en buenas manos. Un Dios que todo lo puede, hasta hacer posible nuestra santidad, y una Madre, María, que sólo quiere lo que Dios quiere: que todos seamos santos. Cada quien en su vocación concreta.


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