La Navidad: comprobar que somos queridos

Ya no puedo más, me decía el amigo de siempre cuando estábamos cerca de la Navidad. ---Ya no resisto más.

Se sabía meter en el ambiente navideño leyendo, meditando los pasajes de los evangelios de san Mateo, pero especialmente el de san Lucas.

Este escritor de origen griego le tocó vivir en Israel en los tiempos de Jesús, pero nunca coincidió con él. Fue después, con el "escándalo" de la cruz,  donde vino a enterarse de cerca sobre los detalles de la vida del "hijo del hombre" y de su aparición en este mundo.

Este autor os cuenta de su minuciosa información obtenida de primera mano sobre quienes habían conocido al Maestro. Y así debió conocer a María, la madre de Jesús. Los datos personales de su vida y la de su hijo, descubren facetas no contadas antes por nadie de quienes habían vivido en el entorno de Jesús.

Es ahí donde nos enteramos de la visita del ángel y su anuncio para ser la "madre de Dios", a quien estaba desposada con un varón descendiente del rey David, pero con quien no había culminado su matrimonio. Al parecer, al desposarse, y seguir viviendo cada uno en su casa, habían acordado mantenerse célibes en su vida matrimonial a juzgar por la expresión de María de "no haber conocido a varón". Para tener un hijo era condición necesaria mantener relaciones, pero el hecho de ofrecer como reparo el no "conocer a varón" implicaba que no iba a conocer a ninguno, ni a José ni a nadie más.

El ángel no insiste por ese camino natural, como hubiera sido lógico, y ofrece la avenida de la intervención divina para solucionar el aparente problema. "El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra" y así serás madre de Dios, le dice el arcángel Gabriel en su anuncio. Porque, añade el mensajero divino: "para Dios no hay imposibles".

Toda esta narración, repasada mil veces, de mil formas distintas, hacía que mi amigo de toda la vida se fuera "energizando" (dirían ahora), y en los días anteriores a la Navidad, se volcaba en agradecimientos a Dios, pero, paralelamente, a cuantos eran sus vecinos y amigos.

Le dolía ver la fuerza disuasiva del comercio, de las compras en estos días, del correr precipitadamente de las gentes  de una lado a otro, sin quedarles un segundo siguiera para reflexionar en estos acontecimientos, a punto de acaecer.

Este amigo se solía meter en las escenas del evangelio, y al pensar en ellas, siempre encontraba matices nuevos a explorar en las historias de María, de José, y de ese Emmanuel, tal como lo llama Isaías en el Antiguo Testamento, tan largamente esperado, a punto de aparecer en esa gruta de Belén.

El "Dios con nosotros" (Emmanuel) se rinde por el amor ante el hombre. No lo puede dejar de querer aun a pesar de todos los pesares. El amor lo puede todo, y da el perdón a quien le había ofendido infinitamente, no porque el hombre pudiera llegar hasta Dios con su pecado, sino porque Dios mismo, al abajarse a su altura se hace vulnerable.

Ese es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que va a aparecer en estos días, me decía el amigo con emoción contenida. --"Ya no puedo más", repetía con gozo. Pensar que me quiere tanto, que nos quiere sin merecerlo, y no damos ese salto de calidad para empezar a caminar, apresuradamente, hacia el portal donde se hallan la Virgen María y su esposo José, esperando también a ese hijo por nacer.

El gran descubrimiento: comprobar que se es querido por Dios, cada uno, en exclusiva, infinitamente. Esta verdad era suficiente para que mi amigo no pudiera resistir más la espera de la Navidad. Y se le caían gruesos lagrimones en silencio, sin gemido alguno, lleno de felicidad.








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