La "prudencia" es clave: se aproxima siempre a la verdad

Hay momentos en la vida en que no sabemos qué elegir. En cosas de poca monta y en las de gran calado.

¿Qué hacer? La primera recomendación de la virtud llamada prudencia nos dice: acércate un poco más a la realidad, para empezar a ver las cosas como son. De esta manera podremos movernos en el camino hacia el bien. 

Caminar fuera de la realidad, representa por lo menos  una pérdida de tiempo. Pero puede convertirse en un peligro grave si nos aparta del fin al que todos estamos llamados.

Nadie puede realizar el bien si desconoce la realidad, pues ambas dimensiones se dan trenzadas. Por ejemplo, el matrimonio es la única forma del amor sexual. Es decir, el bien sexual tiene su lugar dentro en la unión de un hombre y una mujer: el matrimonio.

De ahí que la prudencia abra la enumeración jerárquica de las virtudes cardinales: justicia, fortaleza y templanza, madres y quicio de todas las demás.

Distinguir entre verdad y moral no lleva a buen fin, como quiere un buen amigo mío. El viejo Goethe solía decir: "Todas las reglas morales se reducen a una: la verdad", y la receta nos viene del gran divulgador de las virtudes, Josef Pieper. Y los grandes clásicos del pensamiento occidental, nos recuerda este filósofo, que el hombre sólo es "bueno y prudente al mismo tiempo".

No se trata de encorsetar al hombre; al contrario, se busca facilitarle, entre tantas ofertas del mercado navideño. No podemos dejarnos llevar por las "rebajas" a las normas necesarias para el hombre. Un ministra sueca, no hace mucho, contaba en una conferencia  el asombro que le produjo escuchar de una amigas la "palabra" virtud, como una expresión surgida del pensamiento medieval.

Y el vaivén del sentido de las palabras, más acentuado ahora en la cumbre de la moda "relativista" de los tiempos actuales, ya no dicen lo que las cosas son, sino se refieren a las formas de pensar, de figurarse las cosas según le parece a cada uno. Al perder la "palabra" su anclaje con la realidad, la prudencia deja de tener sentido, y, con ella, todas las demás virtudes.

Por eso, vemos en nuestro entorno acciones encaminadas al exterminio del hombre y de su medio ambiente. Se cuentan por millones quienes ni trabajan ni estudian. Asimismo, las cifras de desplazados de sus hogares no cesan de crecer hasta alcanzar los 300 millones en todo el mundo. Por no mencionar los actos vandálicos y terroristas en diferentes partes de nuestro planeta y las guerras y el comercio generado en su entorno.


Esta realidad ya no nos hace mella. No se puede hablar de justicia sin vivir la prudencia, por la sencilla razón de que no se puede dar a cada quien lo que corresponde cuando no se le conoce. Pero el imprudente alcanza su más alto nivel cuando no deja aconsejarse. De aquí nace esa plaga actual de personajes de la política, de la empresa, de la familia incapaces de abrirse a los recados de quienes con ellos conviven. 

En este aspecto llama la atención la postura del Vaticano cuando san Josemaría, fundador del Opus Dei, situaba en los Estatutos  como pieza clave la presencia de un fiel de la Prelatura con la función exclusiva, siempre a su lado, de llamarle la atención al quien hacía cabeza. La postura   benigna vaticana trataba de proteger a un fundador de los juicios y correcciones de un subordinado. Pero, el fundador de la Obra, por el contrario,  lo exigía como un deber de justicia el llamar la atención a quien por su cargo debía ser ejemplar en su conducta, y por eso reclamó el privilegio de tener, no una sino dos personas para así corregirle tanto en los aspectos materiales como en los espirituales, tal como ocurrió efectivamente en su caso y en el de sus sucesores.

Este es un ejemplo concreto de una forma de vivir la virtud de la prudencia, del que suelen desentenderse las personas conspicuas debido a su falta de humildad. 

El problema generado por esta postura redunda en una serie de injusticias, de cobardías, de incontinencias surgidas de no vivir las virtudes de la justicia, de la fortaleza y de la templanza.

Y el mundo se queja porque sufre todos los días de estas carencias, nacidas de la imprudencia.








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