Incertidumbre: la palabra más repetida en los "media". ¿Por qué?

El hecho de que algo se repita muchas veces, no lo hace verdadero. Por ejemplo, la mentira. Asimismo, pronosticar el futuro es fácil; acertar, quién sabe. 

Vivimos un tiempo de incertidumbre, según los analistas. A base de repetir una y otra vez, con ocasión o sin ella, esta voz se ha convertido en moneda de cambio para tratar cualquier asunto político, económico, social, religioso.

No sabemos qué va a ocurrir ---se concluye después de citar la premisa de la inseguridad. Los vaticinios se estancan justo a las puertas de la Navidad. Mal augurio.

Quienes dijeron la palabra incertidumbre por primera vez, fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, a su salida de paraíso. Es decir, los pronósticos para el día por venir son ciertos mientras "nada cambie". Y a ellos verdaderamente les cambió la vida.

Después, también muy conocidos, aparecen los contemporáneos griegos Heráclito y Parménides, alrededor del año 500 a. C. Mientras el primero pregonaba el "devenir" continuo, el segundo abogaba por el "ente" inmutable de todas las cosas.

Pues bien, así estamos hoy. Si se mira al devenir, todo se convierte en incertidumbre, pues todo cambia (Panta rei, Πάντα ῥεῖ). Esta posición, guardando las distancias, es la que hoy predomina. En un mundo materialista hasta lo inverosímil, la única opción viable es asistir como espectador a ese flujo de cambios continuos. Y como no sabemos qué puede pasar mañana, se imponen el "consumismo" y el "hedonismo".

El "consumismo" se da para asegurarse ahora si "por si acaso" mañana ya no hubiera; y el hedonismo, para disfrutar ahora ante la falta de un futuro cierto. Es la aplicación del "más vale pájaro en mano, que ciento volando".

Querer hacer eterno el momento presente es el deseo de muchos. Pero para lograrlo se debe suprimir la "dimensión" de ese momento, de su materialidad. Si nos fijamos en esta materialidad, vamos observando cambios en el estado de las cosas que nos rodean y de nosotros mismos. Somos el mismo de ayer, pero más viejo.

Esta comprobar el paso del tiempo en uno mismo y ver cómo lo que nos rodea va cambiando hacia un menguar hasta quedarse en un árbol sin hojas, lejos de producir incertidumbre, produce,  si algo, certidumbre plena. Así nos va a pasar si llegamos a ese punto. Pero no sabemos cuándo. Esta es la incertidumbre: la dependencia del tiempo.

Hoy se intenta suprimir esta "dependencia". Las "redes sociales" casi lo han conseguido al unir la voluntad con el deseo por medio de las tecnologías, reduciendo los espacios para así llegar a todos los sitios en un "instante", sin tiempo casi.

De esta manera se consagra la unión de la voluntad con el deseo... sin tiempo. Tiempo necesario para pensar, para reflexionar. Es así como aparecen el consumismo y el hedonismo. Satisfacción  instantánea de los apetitos, de lo que nos place, sin cortapisas morales o legales. Por fin se logra esa libertad tan añorada desde los tiempos de la Ilustración. 

Ahora es cuando se puede gritar, "la tecnología os hará libres". Ya no es la verdad la que nos hace libres. La libertad es algo fijo («inmóvil», ἀτρεμής), como la concepción del ser de Parménides, que está en todas las cosas. Pero esa fijeza es lo que impele a salir a su encuentro. De otra manera, al relativizar la verdad, no se requiere el "esfuerzo" de salir en su búsqueda. Cada quien tiene la suya.

En fin, este asunto se ha visto muy claro en las elecciones de Estados Unidos. La relativización de la verdad ha saltado a las redes sociales. Ya no hay verdad o mentira, sino formas de pensar, como dice Zuckerberg, dueño de la plataforma  Facebook. 

Entonces, esta es la gran contribución a nuestro tiempo de las "redes sociales" nacidas de las "nuevas tecnologías": casi se han comido el tiempo. Pero debemos también un gran precio: vivir en la incertidumbre




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