Año nuevo a la puerta: perdón y propósitos

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Llega el año nuevo. Es difícil plantear este tema cuando hay muchas personas sin acceso a la confesión sacramental, bien por dejadez o por imposibilidad de algún género.

Lutero, según cuentan, afirmaba que sin la confesión se hubiera vuelto loco. El papa Francisco, consciente de su valía, recomendaba no hace mucho, no convertir este sacramento de la misericordia en un instrumento  de tortura. Pero una misericordia implica la justicia,  es decir, después de confesar la culpa arrepentido y de pedir perdón por las faltas cometidas, surge el propósito de no volver a las andadas y reparar hasta donde sea posible el daño, además de  aceptar el castigo debido.

Al llegar de nuevo el fin de año, las gentes suelen airear sus propósitos para el año nuevo. Por lo general, estos propósitos sueltos al aire son compatibles con la tolerancia de nuestra sociedad materialista. Así, el número uno de entre  los propósitos contados en público es el "ir al gimnasio" para estar en forma o "dejar de fumar" con la ayuda de clínicas especializadas. A propósito del fumar, a uno de estos fumadores se lo encontró  un amigo y le preguntaba dónde se había metido, pues no lo había visto desde hacia tiempo. El fumador respondió: ---"Vengo  de una clínica en donde quitan las ganas de fumar". ---"Pero cómo", le responde el amigo: "¡si estás fumando!". ---"Sí", contesta el paciente, "pero sin ganas".

Desde luego, los propósitos de enmienda deben venir después de reconocer la culpa y de haber pedido perdón al ofendido. Algunos etarras, por ejemplo no aceptan pedir perdón a nadie porque no están convencidos de haber irrogado mal alguno a sus prójimos o a la sociedad. No se arrepienten de nada porque no causaron ofensa alguna. Ocurre algo similar con ese otro flagelo social: la corrupción.

En una sociedad complaciente, donde todos asumen que, al fin y al cabo, "los demás también hacen lo mismo o más", quienes delinquen o transgreden una norma moral, se auto-absuelven por obra y gracia del mal general reinante. Hace unos días, la presidenta del Fondo Monetario Internacional, señora Lagarde, acusada y convicta de un fraude millonario (más de 400 millones de euros) --aquí está el punto fino--, no se le va a aplicar sentencia alguna, porque es una persona "honorable", como bien se  deriva del puesto financiero ocupado por la francesa empleada de la administración del presidente Sarkozy.

Se puede comparar el fin de año con la muerte. Se acaba el tiempo del año o el de la vida. Aún quedan unas cuantas horas para arrepentirse de veras de todas las culpas cometidas durante el tiempo considerado pidiendo perdón, si se puede (se suele poder cuando se intenta, casi siempre) en una buena confesión. Sirve para cambiar una vida. A Juan Pablo II le comentó un sacerdote acerca de un limosnero a la puerta de una iglesia. Éste le solicitó una ayuda al sacerdote, quien no tenía aparentemente manera de ayudarle y le pidió una disculpa. El limosnero le  dijo que él también era sacerdote, pero había abandonado la Iglesia. Cuando el Papa escuchó tal relato, le conminó al sacerdote a traerle a ese mendigo. Después de forcejeos, el sacerdote invitó a su "amigo" a asearse un poco y le prestó algunas prendas. Al llegar a la audiencia con san Juan Pablo II, el papa le pidió que le confesara. Le respondió que estaba suspendido de sus facultades sacerdotales. "Yo soy el papa, y te las restituyo. Juan Pablo II se arrodilló, se confesó, y  este sacerdote-mendigo y volvió a la iglesia donde pedía limosna como párroco fiel.

Por tanto, si bien más del 80% de los españoles no se confiesan nunca, quizá se deba en parte a no escuchar nunca sobre los beneficios de la confesión: volver a recobrar la gracia santificante, ser hijo de Dios, y merecedor del cielo para siempre. Este es el verdadero fin del hombre.

En efecto, nada esta perdido, aunque parezca que los cielos se hubieran desplomado. Por eso, esas horas que nos quedan, podemos pensar en examinarnos para pedir perdón en la confesión, y emprender un camino nuevo con los propósitos, un camino por la senda de la fe, lleno de esperanza.

La alegría, como ocurre siempre en el encuentro con Dios, se ve en el caso de los pastores después del anuncio del ángel, y en el de María que canta diciendo: "se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador", al concebir al Niño Jesús.

En resumidas cuentas, sin Dios no hay felicidad. Y para acercarse basta un "acuérdate de mí..."












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