Era oportuno. Francisco dice que "es la hora de los laicos"








El día 19 de marzo pasado, el papa Francisco en una carta dirigida a la jerarquía de la Pontificia Comisión para América Latina, toca el tema del laicado en la Iglesia, ya desde el mismo título del documento: Es la hora de los laicos.

Como se cita en la carta, desde el Concilio Vaticano II se ha reconocido expresamente el papel del laico en la Iglesia, pero no como mandadero de la Jerarquía. El problema detrás de esta forma de ver al laico se encierra en un concepto, clericalismo, alejado de las conversaciones oficiales de cardenales, obispos y sacerdotes. 

Se piensa con frecuencia en los laicos como ciudadanos de segunda clase en el seno de la Iglesia. Se ignora con frecuencia la responsabilidad de conducir al "pueblo de Dios" a la santidad. Cada uno de los fieles, por el Bautismo, recibe esta llamada específica a la santidad, no sólo los frailes, curas y monjas, por muy necesarios que sean en la variedad de vocaciones dentro de la Iglesia católica.

Basta considerar la formación de la Iglesia. De todo el conjunto, sólo 2% del total militan en su seno como religiosos y sacerdotes. Y 98% son fieles laicos, gente ordinaria dedicada al ejercicio de sus labores profesionales, también llamados a la santidad con los mismos derechos y obligaciones que el resto.

La estructura de está formación viene dada desde los comienzos de la Iglesia. Momentos antes de su ascensión al cielo, Jesucristo encarga a los allí congregados, alrededor de 400 personas, que vayan por todo el mundo para que los bautizados creyentes puedan ir al cielo.

De ninguna manera esta promesa se refiere a los Doce. Se refiere a cuantos estaban allí, incluida la virgen María. El Espíritu Santo, nos recuerda el Papa en este documento, actúa en cada una de las personas, según su vocación específica. Y la llamada de los laicos se refiere a lograr la santidad en sus tareas de cada día, no cuando se mueve entre los bastidores de la sacristía o en el presbiterio.

No entender esto lleva a pensar  clerical, como un clérigo, clericalismo. Este desenfoque del que se guarda silencio y es esencial para la vida de la Iglesia, es responsable en parte de la desafección de muchos de participar como laicos, porque no se les ha explicado en qué consiste su llamado a la santidad. 

Las autoridades civiles tienen también una gran responsabilidad en este cometido. Cuando Dios crea el hombre, lo primero que le marca en obligación de trabajar. Les indica a nuestros primeros padres que su  cometido principal en el Jardín del Edén, era el trabajo.
Su santidad, por tanto, iba a ir desarrollándose en la medida de que ese trabajo estuviera bien hecho

De acuerdo con este propósito, la primera obligación de los gobernantes, consiste en procurar un trabajo digno a cada persona de la comunidad, facilitando las condiciones para que se cree ese tipo de empleo. No abocarse a esta tarea de manera primordial, impide de raíz que el hombre, cada ciudadano, pueda cumplir con su obligación de trabajar. De ello se derivan toda una serie de bienes. Disminuiría el crimen, la asistencia social, y se lograría una mayor recogida de impuestos debida al ingreso y al gasto.

Entonces, damos la más cordial de las bienvenidas a esta carta del papa Francisco, dirigida a América Latina pero abierta al mundo, por recordarnos esta iniciativa tan consustancial al hombre, puesta de relieve ya en el Concilio Vaticano II, hace 50 años.

No podemos pensar que la santidad de María, Madre de Dios y nuestra, y la de san José se realizó de espaldas al mundo del trabajo. De Jesús se nos dice en uno de los evangelios que "todo lo hizo bien". En ese todo, sin duda, debemos incluir sus 30 años de trabajo ordinario aprendido de su padre terreno.

Hoy, como solía decir el pensador francés Jean Guitton, en la Iglesia guardamos a veces silencio sobre lo esencial

























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