Realismo mágico: Salir de la cueva y mirar las estrellas






European Space Agency
Imagen lograda por medio del Hubble Space Telescope





El ADN de las estrellas y el nuestro se parecen. En ambos casos, el hidrógeno habita en su interior y, en el caso de algunas estrellas, su luz dura millones de años. El Eclesiastés nos dice que la "Belleza del cielo es el resplandor de las estrellas, radiante ornamento en las alturas del Señor" (Ec 43, 10). Resulta increíble que unos átomos de hidrógeno al arder puedan iluminarnos tanto durante tanto tiempo. El sol es la estrella más cercana a la Tierra.

Estamos llamados a ser luz, belleza nuestra,  que causa agrado al verla. Pero ese atractivo exterior se nutre del fuego interno de la caridad.  No podemos apagarnos. El mal humor ensombrece nuestra vida. Sin duda, puede haber factores objetivos del entorno contribuyentes a ese estado de ánimo. Las sombras de la noche nos permiten ver, sin embargo millones de soles.

El mal humor es un estado mental, contagioso, pero susceptible de cambiar si se está dispuesto a encararlo  por la falta de realismo.

Hay que salir de la cueva de uno mismo, levantar la cabeza y, en esas noches perturbadas, sin descanso posible, levantar la cabeza al cielo y contemplar ese mar de estrellas (cuando y donde sea posible).

Quien se deja llevar por ese estado de ánimo negativo, acaba en él, y quizá de una manera crónica. Veamos algunas razones para el "buen humor".

Estoy vivo. Incluso en aquellos casos donde el dolor, la contrariedad, el revés de fortuna amenazan con su insidiosa presencia, podemos encontrar razones (así es) para cambiar el estado mental.

Se trata de encontrar una salida...real, no imaginaria.  Siempre la hay, aunque las cosas no cambien. Tal como avanza el curso de los acontecimientos resulta  imposible, pero debemos creer en la posibilidad de  un cambio de humor mediante un lenguaje atractivo. Hay que organizar los hechos concretos de otra manera, con sentido. 

El mal humor no tiene sentido, y por eso mismo, con Aristóteles como maestro, nos diría que es una mala tragedia. Tragedia sí, pero mala. Hay que darle la vuelta al calcetín. 

Es cierto, es difícil.  Pero hay una salida fuera de nosotros mismos, con la condición de no quererse quedar en las estrecheces alambicadas del yo. La voluntad puede provocar  un golpe de suerte y dar con esa puerta para volver a tener  luz. Suerte, pero no absurdo. ¿Milagro? Quizá.

El problema de hoy día, con desencantos y controversias sin cuento, se debe a la estrechez de miras. La realidad se ha achicado a nuestra medida, conformada por la medida de lo que pasa. La opinión, el "se dice que". Y, la realidad es otra cosa, no lo que pasa o se dice, sino lo que queda. Con una realidad constreñida por una mirada miope en extremo, no se puede casi ni respirar. Ya se levanta cansado, sin deseos de emprender nada,  como sintiendo la vida prensada entre cuatro paredes.

Lo más perturbador  de este escenario ocurre cuando se le habla a la gente de que hay más allá, de que la realidad que ni siquiera alcanzar a soñar es real. No se acepta este discurso. Como  los viajes de Ulises, resulta increíble.

La libertad ejercida, esa que busca el bien y la verdad, transforma a la persona entera. Cuando la gente  vive en la caverna platónica, donde sólo se perciben las sombras propias y las de los caminantes furtivos a la luz de la hoguera sita a su espalda. No. Esa no es la realidad, o si lo es se presenta toda desfigurada. 

Se ha llegado a creer en la actualidad que salir de la cueva nos sumergiría en un mundo de ideas, de formas, de apariencias. Y las conversaciones de los habitantes de la cueva versan todas sobre  lo mismo: inseguridad y desencanto presente y del porvenir al que  se proyectan las sombras del humor interior ensombrecido por la falta de luz.

No saben, por ejemplo, que la "unión de núcleos de hidrógeno genera una reacción que hace brillar a los astros durante miles de millones de años", según cuenta Nuño Rodríguez, interesado en estos asuntos. Pero en esa fusión no se puede confundir amor y lujuria. Sólo el amor fusiona y proyecta luz para siempre.

Chesterton cita a un escritor diciendo que el peor momento para un ateo es cuando quiere dar las gracias y no tiene a quien. Pero el opuesto no es más halagüeño: tener a quien dar gracias pero no ver un porqué. Entre el incrédulo y el superficial no queda mucho espacio.

En ambos casos, hay que levantar la cabeza durante los días y las noches perturbadas, y levantar la cabeza a ese cielo tachonado de estrellas, que son soles, ataviados de tal manera que los podamos ver.

Y nos vistamos de luz, al abrigo del amor que quema todo lo que quita la paz. Pero para acercarse hay que oír el silencioso sermón del Calvario, el monte Gólgota. Es cierto, para llegar al monte Tabor se pasa por el Gólgora, pero ello no es razón suficiente para andar de mal humor. Al contrario, el fin, no los medios, es lo que da sentido a la vida.

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