Sólo imitar bien el bien cuenta














Queremos ser originales. Destacar. Pero, por definición, estamos hechos a imagen de Dios. Es decir, lo mejor que sabe hacer Dios es crear seres como él. Somos copia. Aristóteles propugnaba la imitación, el mimetismo, para resaltar la realidad en el teatro, en la poesía en la filosofía. Su Metafísica no es sino la exaltación del ser, de lo que esde lo real.

En el concierto de relaciones trinitarias, el Padre, según esta manera de pensar, engendra al Hijo, en quien al vaciar su totalidad expresa su amor en una persona distinta, a la que, al verla, se complace. Ama a esa persona distinta a él mismo, aunque tan parecida a él.

Ocurre lo mismo con la plenitud lograda en la espiración conjunta del Padre y del Hijo. Ahora son dos personas las que se unen para realizar una obra e amor perfecta, y  de esta simbiosis de  amor procede el Espíritu Santo. Mayor unión no puede darse entre dos personas, ni tampoco mayor parecido en esa tercera persona, distinta "casi" absolutamente de las otras dos, si no fuera  por la comunión en una misma naturaleza divina.

Este trabajo de relaciones eternas ininterrumpidas entre las tres personas, se vuelca en la creación del mundo y de las personas humanas. Los mejores, en cualquier campo, son grandes imitadores: en el are, en la música, el el lenguaje en los grandes inventos.

La época de rebelión en el arte, por ejemplo, distrae a los grandes genios de la pintura, de ver la grandeza de la realidad para mirar en su interior deformado restos de una realidad en ruinas, irreconocible. De aquí arranca lo que se ha venido a llamar innovación
La naturaleza no da saltos, y, cuando los da, se produce un cataclismo, una aberración, un verdadero tsunami. El invento resulta de indagar, abstraer si se quiere, lo que celosamente guarda la realidad, aunque quede a la vista de todos. Por ejemplo, el volar de los pájaros.

La llamada revolución de las tecnologías que se despliegan en todo el mundo formando redes quiere imitar la palabra, pero, aquí está el punto, prescindiendo de ella. Un sistema binario de números (0, 1) da todo lo que puede de sí mismo: incapaz de llamar a las cosas por su nombre, se centra en una variación de dos  signos ilimitadamente. Subsume el todo en una codificación que desconoce lo que las cosas son en sí.

Este apartamiento de la realidad, define los lenguajes en dos categorías: los que siguen lo real y los que, innovando, subyugan lo real en un sistema imaginario, dejándolo sin esencia.

El cubismo, por ejemplo, es una muestra de desdén por la naturaleza de las cosas. No es que prescinda de las cosas. En Las señoritas de Avignon, Ruiz Picasso , malagueño,  usa a la mujer para sus cábalas pictóricas. La realidad se acomoda a los fines del pintor.

Sin duda, esta forma de ver las cosas, de manipular la realidad, tiene un efecto en la educación. Se cuestiona todo. Cada quien puede hacer las cosas a su manera. El arte, obre todo este apartado, no se puede tocar siquiera con el pétalo de una rosa. La libertad es absoluta, sin indicaciones ni cortapisas.

Hoy el mundo se queja de la falta de respeto existente en todos los órdenes. Quizá se debería enseñar a ver las cosas como son. Por ejemplo, el valor de la persona. Del matrimonio. De la fidelidad. Y de la felicidad. Tantos campos...

Del valor de la palabra, precisamente porque se refiere a la realidad.












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