El progreso temporal que no mejora a la persona es desamor




Torre de Babel






¿Podemos hablar de progreso temporal en los tiempos que nos toca vivir? Con los avances de la tecnología, no se sale de la incertidumbre. La respuesta proveniente de Silicon Valley, la región dedicada a la alta tecnología en el Sur de San Francisco, dirán que se precisa de más tecnología de punta. Mientras, quienes han sufrido despidos de grandes empresas debido a su adaptación tecnológica, no saben cómo podrán sobrevivir en un entorno donde cada vez menos pueden hacer más. No sé qué pensarán san José, santa Mónica y santa Clara, cuyos nombres llevan las  principales ciudades de este "valle del silicio".

¿Qué se entiende por progreso temporal?

El progreso temporal, como quiera que lo definamos, interesa en tanto en cuanto pueda contribuir a "ordenar mejor", a "mejorar", la sociedad humana. Esta es la posición de la Iglesia según se recoge en la Constitución pastoral, Gaudium et Spes (n 39), emanada del Concilio Vaticano II.

Al leer esta cita, nos viene a la memoria la leyenda de la bandera de Brasil: Ordem e Progresso. Este lema se inspira en Auguste Comte, en su síntesis del positivismo: El amor como principio, el orden como base , y el progreso como fin. No está mal, pensó también Porfirio Díaz, mandatario mejicano de finales del siglo XIX.

Los ingredientes de este ideario, si bien se manejan en todas las reuniones familiares y sociales de cualquiera país, dan que pensar. Sin duda, el romanticismo de la época de Comte, señala el amor como la moción necesaria para iniciar un proceso que pretende llegar hasta las alturas.

Se trataba de construir una nueva torre de Babel. En una relación de noviazgo llega un día en que la novia le dice a su padre: ---"Papá, me quiero casar". ---"Por qué", le responde su padre. La razón de la hija parece convencerlo: ---"Papá, porque estoy enamorada". A los seis meses del matrimonio, la hija llora al oído de  su padre: ---"Papá, me quiero descasar". ---"Pero, ¿por qué?", pregunta el padre. ---Mira, papá: es que se me acabó el amor".

El amor, visto así, se convierte en un "recurso" más del proceso, necesario para comenzar. Pero una vez en movimiento, se arroja a la basura. El no querer saber que el amor es el único recurso "no renovable", para toda la vida, se juega con él  desconociendo lo delicado de su textura, sin entrar en detalles. 

Y se descubre pronto que tarde, que se puede romper. Y se rompe cuando se trastocan los fines del proceso. El amor debe alimentar cada fase del itinerario, no sólo como un fuego inicial que se apaga enseguida. Pero, los si bien los fines  no se consiguen sin la presencia de un orden, es decir, sin una serie de virtudes básicas, el fin no consiste en el progreso, como propone la Ilustración y, después el "positivismo" por boca de Comte.

El fin de la persona, de acuerdo con su naturaleza, no es el de una cadena de producción, el progreso, entendido como más rápido, más preciso, más barato. 

El fin de la persona es el bien, el bien apropiado para la persona. Y para conseguirlo se debe sí, progresar en la virtud, que nos lleva a esa mejora personal que redunda en todo lo que nos rodea.

No se puede "progresar" sin mejora personal, y este perfeccionamiento se consigue con la forma que adorna cada virtud, la caridad, el amor.

Cuando se tiene claro este proceso, entonces, la hija que se quiere casar "por amor" y descasarse luego porque se le acabó, debería recordar los ejemplos de perseverancia en la historia, de aquellas mujeres, casi niñas a veces, que invertían la tortilla ante las dificultades: "Porque tengo un compromiso de amor, voy a perseverar".

La lección del "positivismo" ha calado a fondo y nos está llevando a la bancarrota. La incertidumbre no es sino recorrer un camino sin amor. Puede pasar cualquier cosa, incluso que me enamore, pero no suele ser muy probable cuando no se pone como una meta, como una parte del ingrediente del bien, al que se llega, no al final, sino cada día, cada hora, poniendo un poco de lo mío, vaciándome en el otro, por amor.

El amor no es un sentimiento general, una especie de panteísmo. Se quiere a la persona concreta, a esa con la que convivo y  pasa a mi lado, no a la humanidad. Por eso Chesterton corrige  a quienes decían que el santo de Asís, Francisco, quería a la naturaleza en general, al bosque: Se abrazaba a un árbol concreto. El amor es para siempre y particular, real.

De ahí que la "idea de progreso" mal entendida, lleva al panteísmo, colocando una entelequia de amor al principio de la carreta, y dejando a las personas sin empleo al final.Es que hoy es el desamor que pasa, y nos hemos olvidado del hombre de carne y hueso. Es el desamor.










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