A vueltas con la Amoris laetitia


El resultado de tantas opiniones particulares coincide, como no podía ser de otra manera, con el rampante relativismo de nuestro tiempo. Es decir, la forma de pensar se circunscribe no a la verdad de una proposición, sino a lo que se "lleva" en un ambiente determinado. Cada quien tiene del "derecho" de tener como verdadero, sin dar  explicación o comprobación alguna, lo que le parece oportuno.

Los escritos y las palabras del papa Francisco se someten una y otra vez a los criterios de moda de los periodistas aventajados, es decir, esos que sacan ventaja de aparecer en las primeras, segundas o terceras planas (según el medio) y propalan sus opiniones como dogmas sin fundamento, pues la "libertad de expresión" mata a la "verdad".

Claro, la "verdad" tiene siempre un fundamento: la realidad; pero, la "libertad de expresión" se refocila en las volutas de las ideas que pudieran o no tener algún fundamento. 

Para quien sabe que en la Iglesia hay una Tradición, sin ser tradicionalista, la mejor manera de sopesar las palabras del papa, éste o cualquier otro, consiste en aplicar la hermenéutica, no del capricho de la opinión pública, lo que se dice por ahí, sin saber exactamente quién, sino  calibrando el peso de la verdad contenida en esas palabras, según se nos ha enseñado desde el principio, desde la Palabra. 

Vale la pena obrar así, ya que, si bien un papa lo puede todo, nada puede contra esas verdades procedentes desde antiguo. Por ejemplo, no hay autoridad en la Iglesia que pueda retocar el matrimonio, consistente en la unión indisoluble entre hombre y mujer. Tampoco se puede enmendar el estado de gracia como condición para recibir la Eucaristía. Asimismo, el adulterio es siempre un pecado objetivo grave que impide comulgar, también  a quienes viven en esa situación, por muy varias razones. 

Toda hermenéutica, entonces, no es una absoluta manera de interpretar, sino de dilucidar, a la luz de la razón iluminada por la fe, la consistencia de una presentación proveniente del Magisterio ordinario de la Iglesia. Se debe evaluar, sopesar, y asentir. Puede también acercarse uno para consultar, en caso de duda, con las fuentes adecuadas, aguas de manantial, (que no suelen ser los media). Queda además la posibilidad de discrepar del mensaje en caso de desacuerdo, pero eso no es propio de un buen hijo de la Iglesia, sin añadir la falibilidad personal en las difíciles cuestiones relativas a la fe.

En efecto, las verdades de fe  son para seguirlas, no se pueden cambiar. Visto así, la Tradición y las Sagradas Escrituras, son para vivirlas. Y con el apoyo de  estos cayados,  se recorren con acierto las veredas y se entienden los problemas pastorales presentados por la Amoris laetitia, que no se traduce como Los amores de Leticia, como algunos les gustaría, sino como La alegría del amor


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