Castigo maldito: Trump o Hillary

Parece mentira. Con lo que ha avanzado la tecnología, el intercambio de información en las redes sociales, la experiencia de miles de años de historia, y, en el país más poderoso de la tierra, nos veamos abocados a elegir para presidente de la nación entre Donald Trump o Hillary Clinton. Pero, Señor, ¿qué hemos hecho para merecer tal castigo?

La diferencia entre tales contendientes consiste elegir a una "segundona" o a un "primerizo". Me explico. Hillary siempre ha sido "segundona". Recuerdo cuando su marido Bill estaba a la puerta de ser elegido presidente, le preguntaron a su esposa si le gustaría ser la primera dama. Y respondió así: "Aunque hubiera sido siquiera la segunda también estaría contenta".

Bromas aparte, la señora Hillary, siempre ató sus bueyes detrás de la carreta. Con su esposo Bill tuvo que aguantar vara con el escándalo de la "becaria" de la Casa Blanca, Monica Lewinsky.  Al competir con Obama, perdió la nominación presidencial por el partido demócrata, y tuvo que conformarse con una Secretaría de Estado; no poca cosa, pero quedaba lejos de su aspiración al póker de ases. Y en la actual carrera por la nominación presidencial, poco a poco, un contrincante gris en apariencia, Sanders, va ganando protagonismo a su costa. Para colmo, se confirman sus mentiras en el caso de los correos electrónicos, reservados en principio, emitidos desde su residencia, sin la debida autorización. También ha estado siempre detrás de todas las campañas a favor del aborto, organizadas por la ONU fuera y dentro de su país. 

En todas sus alocuciones, Hillary grita y grita y grita. Da la impresión de que nadie la escucha o de que sus argumentos, carentes de fuerza, van a lograr convencer a base de alzar la voz.

Por el contrario, Trump es un "primerizo". Es la primera vez que contiende en serio para lograr la presidencia de Estados Unidos, y ha sido el "primero" en alcanzar los votos necesarios para la nominación de su partido para Presidente, después de elimina a 16 candidatos del partido republicano. Pero, y lo más importante, según el mismo Donald Trump, es el "primero" en todo lo demás: en su capacidad de hacer negocios, en tomar las medidas necesarias para acabar con la ilegalidad en Estados Unidos, en colocar en su lugar a las grandes potencias europeas y a China, y en prometer que su país volverá a ser grande.

Porque Trump era un personaje especialmente conocido por su programa de televisión, donde "despedía" en caliente a los candidatos a ejecutivos de sus empresas, sin dejarlos rechistar, donde siempre tenía la razón aunque no la tuviera, no se esperaba que su intento de lograr la nominación a la presidencia del país  pudiera prosperar debido, en particular, a su falta de capacidad negociadora. Pero lo ha conseguido.

Los componentes del G7, el concierto de países más industrializados, ha mostrado su preocupación por esta candidatura, claro, delante del presidente Obama, en la cumbre de este organismo recién celebrada en Ise-shima, Japón, pues de todos es sabido la relación enconada entre ambos, Trump y Obama.

El tema, sin embargo, no es ese. Jamás un presidente de Estados Unidos ha llegado a serlo debido a la política exterior, con la excepción, quizá, del general Eisenhower, después de la II Guerra Mundial. Los problemas económicos, el empleo y la seguridad social suelen ser los protagonistas en los largos debates de los candidatos presidenciales.

En estos asuntos, Hillary Clinton carece de liderazgo y acude a los auspicios de su esposo Bill. Se sabe poco de su vida privada, y la opinión pública se divide respecto a su postura abortista.

Trump, por lo mismo, porque la presidencia no se gana sólamente con la política exterior, donde este candidato no tiene el "pulso" suficiente para encarar lo complejo de las relaciones con las potencias de visiones divididas respecto a los graves conflictos mundiales (véase, por ejemplo, el caso de Oriente Próximo y las posturas de China, Israel, Rusia y la Unión Europea). Pero tiene un punto a su favor en lo referente a la economía interna del país, si bien, con el desencanto de muchos de los grupos étnicos.

En resumen, se trata de unas elecciones diabólicas, no importa por donde se miren. Lo bueno es que sólo ocurren en Estados Unidos. Lo malo, que este país interfiere con cada una de la naciones del planeta.



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