¿Por qué se pierde (o se gana) la confianza?


Cuando los periodistas, cuyo oficio pasa por el dominio del lenguaje, no respetan los entresijos de las palabras, su referencia a las cosas reales, el acomodarse a la audiencia, el buen gusto y la elegancia a la hora de exponer, entonces, lejos de causar admiración se produce su opuesto: la decepción. No ha sido capaz de usar bien de su libertad, porque no ama suficientemente, no a su profesión, sino a quienes se dirige.

Claro, podríamos decir lo mismo de un médico, de un político, de un financiero o de la señora que atiende un puesto de frutas en el mercado. Cuando en la profesión médica, encargada de cuidar y preservar la vida, se invierte el papel para acabar segándola, se trastoca nuestra percepción de la medicina y se aborrecen tales prácticas. 

Asimismo, cuando el político, encargado de velar por el bien de la comunidad se enreda en contubernios abominables y se desentiende de todo menos de su inagotable sed de poder para hacer que cualquier medio está bien con tal de conseguir el fin propuesto, repugna oír siquiera hablar de "servidor público".

Del mismo modo, ahora en el mundo de las finanzas, se ganan cantidades descomunales especulando, sin producir ningún bien concreto, excepto el obtenido en las transacciones, resulta difícil justificar delante de quienes esperan una oportunidad en los mercados de trabajo, que se queden sin nada quienes lo necesitan todo.

En fin, el humilde trabajo de una vendedora  de frutas en el mercado, entre grito y frito, se realiza en una balanza que nunca pesa menos del peso real, sino todo lo contrario, pues en justo precio de la mercancía se altera a la hora del pesar, es decir, es la persona, no la mecánica de pesos y medidas.

En todos estos contactos con la realidad, verdaderas ocasiones de ganar en confianza al comprobar la rectitud de los actos de las personas en su trabajo profesional. Al final de cada acto bien hecho,  podremos decir: Sí, confío en esta persona, porque creo en la libertad. 

La libertad consiste en esa capacidad de elegir. Por eso se relaciona con el amor. Sólo quien es libre puede amar. Por supuesto, ello implica un riesgo. Al no estar determinados y tener, además, una inclinación al mal, ¿qué nos protege de elegir el mal en vez del bien? De nuevo, vemos que aparece un proceso que ninguna de las múltiples teorías de la evolución podría explicar. La libertad sólo puede darla quien la tiene

No resulta esta libertad al final de un proceso oscuro, que, por fin, nos hace libres. Debe estar al principio de ese proceso. Y sólo quien  (no un que) es amor sería capaz de otorgar la libertad, para que así se pudiera amar. Es decir, la libertad está al principio del amor, porque éste la genera. 

De esta manera se puede entender que la confianza nace de una persona que sabe que no es posible educar sin libertad. Y que sólo quien de verdad ama, puede correr el riesgo de otorgarla (aunque nos salga el tiro por la culata, como popularmente se dice).

Y, aquí viene la parte más difícil de aceptar: Como el amor es para siempre, por definición, entonces, se confía siempre en nombre de la libertad otorgada para siempre, aunque no siempre se haga una buen uso de ella.

El amor, entonces, es el primer principio y el máximo de una relación personal. Me fío de ti aunque me engañes. Esto sí es verdaderamente admirable.




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