¿Por qué sigue siendo atractiva la familia? Gary Becker: Nobel de Economía







Gary Becker, premio Nobel de Economía
en 1992, realizó una buena  defensa de la familia como la unidad más rentable de inversión, 
falleció el pasado 30 de abril.




"Por qué se amotinan las gentes y trazan las naciones planes vanos?" (Salmo II).

Esta pregunta lleva en el aire solamente tres mil años. Gary Becker, premio Nobel de Economía en 1992, fallecido el 30 de abril pasado, y como veremos, daba una respuesta alentadora a esta pregunta, que, sin embargo, la velocidad del llamado "progreso social" no ha permitido  asimilar.

Los cantos de guerras y amenazas de conflictos serios  no cesan. Quiero la paz, pero vendo armamento. Y las fábricas de armas  celebran estas frases, como buenas defensoras de la libre empresa. Es un buen negocio.

No se trata  de resolver el porqué  de este sinsentido,  pero, como tantos otros, tenemos el derecho a opinar al respecto, si bien no por los mismos caminos. Según Goethe, el gran tema contenido en toda la historia trata precisamente de "la lucha de la fe contra la incredulidad", de acuerdo con Joseph Lortz en Unidad europea y cristianismo.

¿No nos llama la atención que en todos los ámbitos de la vida humana estamos atravesando por  unos momentos marcados por la división? Nadie se entiende ni en el seno de la familia, ni al interior de los partidos políticos, ni en las naciones o en el (des)orden internacional.  Se multiplican, fruto de los buenos deseos, las reuniones entre quienes rigen los países una y otra vez, pero con magros resultados.

Parece ser que, en el papel, todos desean la paz; sin embargo, a la hora de las conversaciones para mitigar las discrepancias, siempre surge algo (o alguien) que impide la unidad.

La organización de Naciones Unidas, iniciada con 51 países en 1945 como consecuencia de experimentar  dos guerras mundiales en 20 años, congrega hoy a casi doscientos de ellos. Maniatados por sus egoísmos particulares los representantes de los pueblos se sientan en las mesas de negociaciones, pero no logran, a pesar de lo indicado en su Carta, la conciliación necesaria para afianzar un camino conducente al bien común.

Ni siquiera el Consejo de Seguridad, formado en su seno  por tan solo  5 países miembros, consigue un mínimo de acuerdo para garantizar la esperanza de que los desastres bélicos del siglo XX no volverán a ocurrir.

Sucede algo parecido en la Unión Europea de los 28 países que la integran,  con diferentes grados de aceptación de sus principios. Europa, que sufrió en carne propia los horrores de las grandes guerras mundiales, se muestra incapaz de mostrar con hechos un avance hacia una unión más firme. Sus integrantes se miran con recelo y con desdén, a veces. De esta mezcolanza van naciendo el nuevo populismo político y social, fuente de enfrentamientos y desavenencias irreconciliables entre los mismos ciudadanos de un país.

Brexit, como  se ha llamado a la intención de salir de Europa por parte de la Gran Bretaña, sigue alimentándose de los prejuicios de la unidad,  a pesar de las alarmas levantadas por tal postura, a pesar de miles de años de convivencia entre las naciones europeas. Tampoco Grecia sale de su atolladero económico y social de años marcados por un socialismo inoperante, y, Turquía quiere adentrarse por los caminos de Europa sin asumir en serio todas las responsabilidades implicadas en tal decisión. Y la historia reciente no facilita la extensión de un cheque en blanco a los sucesores del  imperio otomano.

Las discrepancias se quieren arreglar hoy en las calles. Los parlamentos  sobran. Los indignados de París, de Alemania y de España, a base de sombrerazos y gritos quieren construir un nuevo orden nacional y mundial. Los resultados de la primavera árabe no han cuajado en democracias dentro de los sistemas del mundo árabe, tan distintos en su forma de concebir las instituciones básicas de la vida; por el contrario, hoy Europa empieza a sufrir los coletazos de una historia inacabada más de línea invernal que de primavera.

Cataluña sigue haciendo hasta lo imposible por independizarse de España, y desobedece leyes e ignora  acuerdos, sin darse cuenta de que está incubando entre la ciudadanía los aires de rebeldía que le causarán tempestades mañana.

Las familias se intentan destruir  a sí mismas cegando las fuentes de la vida, y aceptando su semejanza con las propuestas de matrimonios homosexuales.

El rey Boabdill el Chico iba llorando al abandonar Granada en 1492, a resultas de la rendición ante los Reyes Católicos. Su madre, Aixa, según la leyenda,  le amonestó sin melindres: "Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre".

Aunque parezca muy simple, los matrimonios y las familias cristianas debieran llorar ahora lo que no supieron defender durante las tres últimas décadas. De la misma manera que sin cristianismo no se puede mantener la unidad de las familias ni la de Europa, sin familias no se puede prosperar en la consolidación de un país.

Gary Becker, atrajo la atención de los economistas del mundo por sostener que el secreto de la economía pasaba por la familia. El capital humano de la familia constituía el mejor lugar de inversión de una economía, por encima de  las demás formas organizativas.

Hoy, sin embargo, no se quiere pensar ni por asomo que la prosperidad económica y política pase por esta unidad básica de la sociedad, llamada familia. Esta formación natural, nacida del matrimonio de un hombre y una mujer, encierra la fórmula para el avance de las personas y de los pueblos. La familia se diseñó así para su bien. Pero se están dando todos los pasos necesarios para destruirla.

En este punto coinciden el Génesis y los postulados básicos de la ciencia económica. Cuando la sociedad se sale de estos cauces, se constata que trazan sus gentes planes vanos. Y división es el nombre del diablo.











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