La esencia de la castidad

"Consiste en no dejarse "distanciar" por el valor de la persona y en realizar a su nivel toda reacción ante los valores del cuerpo y del "sexo".

Esta definición escueta nos viene de la mano de san Juan Pablo II, que trató a fondo los problemas relacionados con el amor humano. Niega este papa, al que tantos hemos conocido como un estar siempre alegre, amigo de los jóvenes, a quienes atraía con sus propuestas, que la castidad esconda una actitud negativa ante la vida sexual por su ligazón con la virtud de la templanza.

En una época marcada por el consumismo instantáneo, la castidad no se consigue sin caminar la vereda de la espera. Hace falta tiempo para adquirirla y entraña su dificultad. Pero esta virtud da sus frutos y la alegría de amar. Es, nos recuerda Juan Pablo II, "la vía verdadera e infalible que conduce a ese gozo". No implica nunca "el menosprecio del cuerpo", con la humildad necesaria que exige el amor en donde reside el "secreto" de la felicidad en las relaciones entre hombre y mujer.

Esta virtud de la castidad no viaja sola: se acompaña siempre del "pudor" y de la "continencia". Estos dos aspectos, sin embargo, desaparecen en nuestro mundo contemporáneo: no hay artículo, publicidad, película, programa de televisión, imágenes de las redes sociales, donde no se impida, desde su origen, la violación de estas conductas que son la salvaguarda de la castidad. 

Y todo el proceso comienza desde la niñez, acompañado con el orgullo de los padres, que ven en la provocación carnal una hermosura a compartir con los demás. La sensualidad no es mala cuando desemboca en un acto de amor entre los cónyuges que se quieren y respetan. Pero queda fuera de lugar en otras instancias, especialmente en niños que son rebasados por el significado y la exigencia del amor, y exhiben lo que debería permanecer oculto, gracias a las modas actuales y a la permisividad de los padres. Se pierde así el "temor" a mostrar indebidamente lo que no es debido, los órganos que determinan el sexo.

La mujer debe aprender a vivir en sociedad. El hombre posee una  sensualidad más fuerte que la de la mujer. Entonces, parte de la educación del hombre y de la mujer, debe consistir en conocer estas diferencias con el fin de no interferir en la libertad ajena, y evitar lo que se puede considerar "impúdico".

Si dejamos estas expresiones de la castidad a las regulaciones  de los poderes públicos de una comunidad, mucho me temo de que, dado el estado actual de las cosas, nadie osaría intervenir en un parlamento político para referirse a estas cuestiones. 

Por tanto, debe partir toda enseñanza sobre estos temas, de la intimidad del seno familiar, de tal manera que, los niños, se acostumbren a ver en las modas de sus padres, lo que de palabra se les dice. Y,  de paso, podrán exigir a los centros educativos, una prolongación de estas enseñanzas en los aspectos que atañen a la vida sexual de los niños, integrada siempre en los valores de la persona.






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