¿El trabajo le hace santo a uno, o viceversa?


"Y atardeció y amaneció...Y vio Dios que estaba bien.

Creó Dios al ser humano a imagen suya,
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra...

Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció.
Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín del Edén, para que lo labrase y cuidase".




El pobre Adán  tuvo que comenzar a trabajar, pero ahora, aun costándole esfuerzo.

El trabajo sin esfuerzo de nuestros primeros padres, Adán y Eva, era su rutina diaria. Pero, vino el lamentable incidente del fruto prohibido. A partir de ese momento, con sudor se realizaba cada una de las tareas.

Es decir, Adán santificaba el trabajo de cada día porque ---aquí está el quid--- era "santo".
Nadie puede dar lo que no tiene. Luego, si Adán santificaba el trabajo era porque él vivía en gracia: era santo. Y continuaba creciendo en santidad al realizar las tareas ordinarias.

Pero, al perder la gracia santificante, se pierde el poder de santificar nada de lo que uno toca, aunque ahora fuera  fatigoso. A nosotros nos ocurre lo mismo.

La gracia santificante se obtiene "gratis" con el sacramento del Bautismo. Así llegamos a ser hijos de Dios. Sin embargo, si por el pecado se pierde la gracia, entonces, dejamos de ser hijos de Dios. No nos parecemos a Jesucristo. La semejanza con el Hijo queda en entredicho, y así el valor de todas nuestras acciones deviene a cero.

Si multiplicamos una cifra inconmensurable por cero, resulta en  cero. Si realizamos un estupendo trabajo y no estamos en gracia, entonces  resulta una cifra rondando el cero. No podemos hacer "santo" a algo si nosotros no lo somos. El obrar sigue al ser.

Asimismo, la herencia del cielo es para los hijos. Al perder la gracia santificante perdemos el derecho a la herencia porque dejamos de ser hijos de Dios. 

Dios quiere infinitamente a cada criatura, pero no con el amor de Padre, sino como su Creador. Por supuesto, Dios podría repartir la herencia como le da la gana, pero ha indicado el camino para conseguirla: "Id y bautizad a todos..."

Malbaratar la gracia santificante nos deja  a oscuras, imposibilitados de encontrar el camino. Pero se abre la puerta a la gracia santificante después de una buena confesión: así quedó determinado por el autor de la gracia. "A quien le perdonéis los pecados, le serán perdonados".

Dios puede perdonar directamente el pecado, pero quiso que la forma ordinaria de hacerlo fuera a través de un hombre, un sacerdote (otro Cristo) en el sacramento de la Confesión.

En definitiva, santifica el hombre con su santidad, con su alma en gracia, todo lo que toca, como el rey Midas. Y esa santidad lograda revierte a quien  ejecuta bien esa tarea que lleva entre manos, aumentándole la gracia, que puede aplicar a los demás, si quiere, cuando el trabajo está bien acabado, y de cara a Dios, no por una gloria humana.

Entonces, el trabajo lo hace santo a uno, si quien lo ejecuta es santo. Así, la obra realizada se perfecciona, contribuye al bien de la sociedad, y ese bien conseguido regresa al autor para su perfeccionamiento. 

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