Dios, Maxwell y la ciencia





Maxwell y el espectro electromagnético predicho por su teoría


"La ciencia se basa en probar si las cosas funcionan. Cuando lo hacen, tu móvil funciona. Las ecuaciones de Maxwell están probadas  y funcionan cada vez que enciendes tu teléfono, cada vez. Si fuese tan efectivo como rezar, no lo comprarías". 

Esta cita viene de un premio Nobel de Química, Harold Kroto. Las declaraciones son contundentes. Una amiga de la familia, al considerar estas palabras, se quedó pensando, y se atrevió a decir: ---Parecería que no le falta  razón.

Durante  unos minutos, le di vueltas a la idea sobre Maxwell. En efecto, la cabeza de este buen químico, Kroto, carbura, sin ninguna duda, a pesar de que tiene una enfermedad degenerativa en su sistema neuronal.

La solución se encuentra cuando  se recapacita   la palabra de Dios en todo su calado, sin sujetarla a nuestros mezquinas consideraciones, que son recortes al sentido divino de  las propuestas.

En efecto, en estos días, las lecturas de la Misa se centran en las tres Cartas de Juan, escritas con gran cariño a sus discípulos de Éfeso. En ellas nos recuerda  que Dios es nuestro Padre. Y lo de llamarnos hijos no es una figura retórica: "¡lo somos!". Es el resultado del amor. Por tanto, nos ha concedido como a hijos: la vida eterna.

Pero, vayamos al punto del Nobel Harold Kroto. Creo que el teléfono basado en las precisas ecuaciones maxwellianas, es un robot. Reacciona ante cualquier llamada, indiscriminadamente. No importa que esa llamada sea para perpetrar un secuestro o una propuesta de relación erótica a un niño.

En el caso de Dios, funciona siempre, pero así: "Y si sabemos que nos escucha cuando lo pedimos (Parte 1), sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido (Parte 2)". 

Es decir, la oración, de acuerdo con el apóstol san Juan,  supera con creces a las ecuaciones de Maxwell y su implicación telefónica (Parte 1), porque sólo funciona cuando de la petición se sigue un bien (Parte 2). Dios es bueno, y, por tanto, no se va a prestar a  conceder un ruego que sea malo. Como no lo haría ningún buen padre de familia con sus hijos.











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