Modestia y audacia



La Anunciación, Santuario de Torreciudad.



Me atrevería a decir que la modestia y audacia son dos virtudes necesarias para progresar en el camino de la fe cuando se lee y cuando se escucha. La modestia requiere aceptar las cosas como son, sin añadir nada de nuestro propio modo de ver; y la audacia se reduce a aceptar sin miedo la naturaleza de las cosas, aunque no cuadre o contradiga  la concepción personal de algo.

La fe es, sin duda, es el pináculo de la vida interior  y nos invita a creer lo que no vemos, porque quien lo ha dicho es digno de crédito: en este caso, Dios mismo. Aceptar sin reparos y sin miedo esta definición nos pone frente a la verdad, pues la inteligencia se adapta a la realidad. Lo contrario sería caer en un idealismo donde el parecer personal impera sobre lo real.

Quedarse a la orilla del mar no puede compararse con remar mar adentro. El vaivén producido por las olas, altera la visión de la apacible tranquilidad  percibida desde la playa y la manera suave de conducirse el estómago. Pero, ¿cuál de las dos visiones es más valedera? 

Ver las cosas desde la playa siempre es gratificante, aun en los días tormentosos. Sólo se necesita mirar. La razón acepta lo que se contempla, lo que se ve, sin más. Pero cuando uno se adentra con esa misma razón el alta mar, ahí se acepta con la razón sin ver; se impone la fuerza de esa inmensidad rayando en lo infinito.

Con la modestia, se acepta sin contemplaciones la realidad sin añadir nada a o que llena todo nuestro ser. Y con la audacia, se sigue remando porque se quiere llegar al destino fijado. No se trata de hacer silogismos y concluir de alguna manera porque las distracciones de lo real nos podrían llevar a pique, sobre todo cuando el mar se alborota; y, cuando viene la calma, sin la audacia, nos llevaría al aburrimiento o a la desesperación.

Quizá el ejemplo de este caso no es el más afortunado para ilustrar dónde la razón acepta sin ver porque cree ser verdad lo visto. En cambio, cuando todo se sujeta a la razón se puede llegar a cuadrar el sinsentido, dejando de lado la más radical de las verdades porque no se alinea con mis pensamientos. 

Ha habido filósofos de raigambre, curtidos en el arte de razonar, que se han modelado un dios racional por no caberles la grandeza de la Revelación, donde, por medio de la fe, se llega a creer lo que ni se ha visto, honrando así la verdad de lo escuchado y haciéndose uno con él.

Algo así como ocurre en el matrimonio. Él y ella se hacen uno al aceptarse como son, y dejar de lado al padre y a la madre, como se nos indica en las primeras páginas del Génesis, cuando se narra la creación del hombre y de la mujer.

Visto con otro ejemplo singular, sin el que nuestra vida carecería de esperanza. María se atrevió  a decir que (audacia), sin poner reparos a la propuesta del arcángel San Gabriel (modestia) después de haber clarificado su significado.


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