Las fotografías son siempre de ayer




Volver a mirar, que aún queda tiempo.

Pero eso que contemplas ahora ya no está ahí. 

Quizá al filósofo Martin Heidegger se le ocurrió su gran obra El ser y el tiempo (1927) mientras reflexionaba frente al contenido de una fotografía. El ser recogido en esa instantánea es el mismo de ayer, pero hoy luce muy distinto. La diferencia es temporal, pero tiene un poder hipnótico: nos apega a las imágenes a sabiendas de su inadecuación con las del presente, o precisamente por eso. El ser de ayer nos habla hoy.

Tal vez  por eso el guardar fotografías tiene su encanto, y a algunas se les pone un marco como para ponerle un hasta aquí al tiempo. En la batalla entre el ser  el tiempo, el ser sigue siendo, pero la cámara fotográfica congela y transporta el tiempo a un tiempo distinto, a otro tiempo. 

Al ver familiares y caras amigas enmarcadas, trato de ponerme en el momento y decenas de recuerdos vuelan a mi encuentro, aunque algunos de ellos ya no son porque se han ido. Sirven, sin embargo, para encender emociones dentro, muy adentro, y parecen cobrar vida las miradas y sonrisas de ayer, y, sin querer, se configura mi rostro para imitar esa sonrisa de ayer, con ellos,  en los instantes de ahora.

Si se mira con fijeza, bailan tantos detalles  en la memoria, alimentada por la imaginación, tratando de fijar el cuándo en el corazón. Veo ahora sonreír a mi madre, agarrada al brazo de mi  padre, como si dijera, aquí todavía estoy, y espero.

Algunas de las fotografías tienen un relieve especial por estar al lado de un santo, así declarado por la Iglesia. Esta cercanía da ocasión de conversar con esa persona y recordarle ese preciso momento, del que se acuerda, y pedirle un resquicio, no del tiempo, pues ya no lo tiene, para contemplar esa imagen de ayer, conmigo, y que el recuerdo sirva de plegaria ante quien todo lo puede, por quienes todavía sí, permanecemos con posibilidades de amar más porque todavía queda un poco de tiempo.



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