Cuando se pone el sol


Presenciar una puesta de sol no tiene parangón. Especialmente se ese espectáculo se contempla en las costas del Pacífico. La estela de luz solar se puede ver hasta mucho después de haberse escondido el sol por el horizonte. Virgilio, el poeta romano de la Eneida, diría Mirabile dictu, admirable para ser contado.

¿Podríamos decir lo mismo de la vida del hombre? ¿Se puede decir que da gusto contemplar la estela de luz dejada por el  hombre en el atardecer de la vida? Los trastornos de la salud se pueden dar en cualquier momento en la vida del hombre. Pero, cuando se vive la década de los 80, los achaques se hacen presentes y no suelen querer dejar en paz a la persona.

No cuesta mucho creer esto si se entiende el desgaste singular del cuerpo humano a esa edad, a juzgar por los casos que por ahí aparecen, pocos sin la ayuda de un bastón, dando pasos ya casi sin brío. Pero los hombres buenos, o que han intentado serlo, sí suelen dejar una estela de luz iluminando el camino para quienes, debido al parentesco o la amistad, rondan en su entorno y comentan los logros y también las caídas de quien va superando esa década casi final de la vida.

Ellos mismos se sumergen en ese manantial de luz, y se va descubriendo el amor, con los ojos cerrados, sin escuchar nada, sin tocar lo que no tiene cuerpo. Así se entiende un poco de lo dicho por san Pablo, cuando fue arrebatado el tercer cielo: ni sus ojos ni sus oídos podían ver o escuchar lo que Dios tiene preparado a los que le aman. 

El amor es luz. En la obscuridad se esconde el odio, la división y el mal.








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