Las cosas como son


Cuesta ver y decir de las cosas tal cual son. De esta dificultad nace y crece el "padre de la mentira".

La ciencia y también la teología deben su consistencia a una mirada limpia y a un escuchar in ruido. No son lo mismo, pero no se contradicen, porque la verdad en ambos casos es la verdad.

La dificultad de estos procesos suele consistir en un "salirse con la suya" por parte de quienes estudian un caso según los procedimientos científicos o hacerse de "oídos sordos" frente a esa palabra divina, es decir, no querer escuchar, o bien, no querer asentir a lo que Dios ha dicho, pues de esto se trata la fe.

El resultado en ambos casos es el mismo. Se prefiere vivir como si Dios no existiera, como si no hubiese creado esas cosas de las que la ciencia se ocupa, dándoles con el ser una forma para ser captada por los sentidos y resuelta por la razón. Y en el caso de la fe se pretende crear su propia divinidad y  caer en la autosuficiencia.

Lo problemas de carácter filosófico se deben en encarar como filósofo y los de orden teológico como teólogo. Por eso conviene acudir en estos casos a quienes son de fiar en estos campos cuando no se pueda lidiar en ellos.

Seguridad, alegría, contento son algunas de las consecuencias de haber elegido el camino correcto. Intranquilidad, desazón tristeza suelen ser las compañías de un alma inquieta por no querer obedecer. No se trata en ninguno de los casos de un problema de "libertad", sino de falta de orden y disciplina. Esta actitud permite, contrario a lo que se piensa, aprender de los demás.

Esto explica un poco los problemas de la juventud actuales. Padres que no exigen lo debido a sus hijos; gobernantes    que se convierten en dictadores solo porque tienen una mayoría --y a veces in ella--; la cultura en la enseñanza se desentiende de la tradición, de los valores. Al obrar así los jóvenes se sienten con el derecho de protestar, de salir a la calle, de desobedecer porque no han aprendido de sus mayores lo que es propio en cada caso.

Al obrar de esta manera se pierde la alegría de descubrir la verdad, el bien, la belleza de todas las cosas creadas, y, de manera especial, el fin de la vida con el premio de la felicidad preparando para cada hombre. No estamos aquí en vano, tenemos una meta que conseguir, en donde reside todo el sentido de nuestra vida, sin importar las contrariedades encontradas en el camino. 

No ver las cosas como son, equivale a andar a ciegas, con unos lentes obscuros, refractarios, que impiden la llegada de la luz y caminar por la senda del bien. A esto se le llama realismo.






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