No estamos solos, nunca: Dios no puede, no quiere vivir sin el hombre









Desde luego, lo "teologal" no se hace divino porque el nombre así lo indica. Las virtudes teologales, esenciales para el hombre y el logro de su fin, como "veremos", son de naturaleza invisible, es decir, no se pueden ver ni adquirir mediante el "esfuerzo" humano, como sería el caso de otras virtudes humanas,

Veamos (sin ver). Juan, en sus escritos nos deja claro que "a Dios nadie lo ha visto jamás". Incluso las muestras de lo divino en el mundo permanecen invisibles. Así sería el caso de la Eucaristía y los demás sacramentos, que bajo formas sensibles, esconden toda la grandeza divina.

Este apóstol, sin embargo, tuvo una intimidad sin precedentes con Jesús, el Hijo de Dios, tocaba a la "persona" divina en su manifestación humana. Así, al recibir la Eucaristía tocamos a Dios, sin verlo. Y en las virtudes de Dios, ocurre lo mismo. Dios mismo se abaja para acomodarse al interior del hombre. Pero la tres virtudes teologales, fe, esperanza, y caridad resultan inaccesibles al hombre. Son un don divino a quien se aviene a convivir con él para darle la fuerza de la perseverancia en su camino al cielo.

En primer lugar, la fe ayuda a creer en lo inalcanzable, la santidad, algo imposible para el hombre, al punto de constituir su propio fin. La esperanza nace al contemplar la limitación humana, y se sostiene totalmente en la misericordia divina dispuesta a todo con tal de salvar al hombre miserable incapaz por sí mismo de alcanzar nada, pero que se sabe hijo de Dios. Por eso, la caridad nace al comprobar todas estas verdades abandonándose en las manos de ese Dios que ha dispuesto lo inmerecido e inalcanzable a su alcance: se da cuenta de sólo quien es amor se puede entregar a una criatura sin más.

Lo "invisible" de Dios, entonces, se muestra por medio de estas virtudes necesarias para transformar al hombre en algo divino sin merecerlo. Entonces, nunca estamos solos aunque nos alejemos nosotros de él. El saberse querido, es uno de los grandes regalos después del ser y de la libertad. Con ésta se puede responder de alguna manera a tanta delicadeza, cuyo resplandor ni siquiera vislumbramos.









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