Tecnología y soledad: ¿Cien años?






"No es bueno que el hombre esté solo", se lee en las primeras páginas del Antiguo Testamento, como la razón divina para crear una compañía para el hombre. 

Ahora, después de miles de años sobre la Tierra, con miles de millones de hombres repartidos en todo el planeta, encontramos indicios inquietantes de soledad crónica en la vida social, especialmente en los países más adelantados.

La tecnología, sin apenas darnos cuenta, va ocupando más espacios de la vida diaria. Por ejemplo, una falla de la empresa encargada de dar servicio a los bancos mexicanos para facilitar las transacciones por medio de tarjetas de crédito y de débito de sus clientes, interrumpió sin aviso ---y sin disculpas-- el servicio a millones de usuarios durante casi siete horas en todo el país, creando un caos en las compras impagables sin explicaciones a la vista.

Es sólo un ejemplo de esta dependencia invisible creada a través de la tecnologías digitales. Sin embargo, quienes tienen hijos saben por experiencia propia las dificultades creadas en el seno de las familias a la hora de tener una convivencia natural incluso durante el tiempo de las comidas. Cada quien a lo suyo. 

Pero ese mundo infantil carente de relaciones reales con sus padres y amigos, es un mundo aprendido de los mayores. La gente camina ya en medio de la vía pública sin mirar más adelante de su celular, creando peligros para ellos mismos con el tráfico de vehículos y de personas. 

Entonces, de alguna manera, se están creando más y más tiempos de soledad en ese animal, el hombre, hecho para vivir en sociedad. Las consecuencias de este aislamiento voluntario creciente, tiene repercusiones más allá de lo esperado, especialmente cuando no se cesa de mencionar la noción de progreso gracias, se dice, a la tecnología, que sin duda nos ha traído cosas extraordinarias. 

La actitud de alabanza hacia la tecnología, sin cortapisas, puede darnos una imagen falsa de ese progreso logrado. Por ejemplo, las relaciones matrimoniales entre los cónyuges se ha debilitado de una manera alarmante en países como Reino Unido y Japón. Y los estímulos estatales para "fomentar la natalidad" no han funcionado. Esta autosuficiencia tiene su contraparte de negocio multimillonario creciente en toda suerte de "servicios" relacionados con personas y objetos sexuales para un mercado transversal de hombres y mujeres de entre los 20 hasta los 70 cumplidos. Los objetos de placer ya ni siquiera se dan entre las personas, suplidas como van siendo por una miríada de "objetos".

Da la impresión de que esa soledad creciente, donde se conjugan toda suerte de infidelidades por medio de las "redes sociales", amenaza con pervertir el orden social por completo destruyendo la unidad creada por medio de la fidelidad, una de cuyas manifestaciones clásicas es la alegría nacida del amor. 

Entonces vale la pena luchar, cada uno en su ambiente, para no colaborar a que se haga realidad el título de la obra de García Márquez: Cien años de soledad. Por eso no es bueno que el hombre esté solo, pues se acaba su razón de ser: la alegría en el amor de compartir toda una vida con una persona donde la donación total es posible.



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