Entre la vida y el bien, acechan la muerte y el mal







Dos realidades, la muerte y el mal.

¿Cuál es peor? La muerte. Ella será el último enemigo del hombre a vencer. 

Al mal se le ha considerado como falto de entidad por no ser sino una "carencia de bien". Pero, ¡ojo con él! Es decir, aparece el "mal" como una sombra que no deja percibir el bien, la realidad tal cual es.

Por eso algunas personas, quizá sin quererlo, son "negativas". No son malas, pero no alcanzan a percibir el bien. Por ejemplo, Dios está de continuo junto a "cada uno" de nosotros, y, en el interior de las almas en estado de gracia, convirtiéndolas en "templos del le. Espíritu Santo". Una realidad a donde se puede acceder sólo con quererlo. Y también en las cosas, la presencia de Dios es un hecho: el él nos movemos, existimos y somos. Nadie ni nada puede escaparse a su presencia. Se trata, entonces, de "conectarse" con esa realidad presente amorosa.

La muerte, por otro lado, se reduce a una experiencia personal y solitaria. No se deja de "ser", sino de ser de cierta manera. De ahí la posibilidad de seguir "siendo" pero de otra forma. Nadie puede dejar de ser, ni siquiera fuera del tiempo. 

Se habla de ella con más o menos respeto, con serenidad o con miedo, como algo lejano si se es joven o guardando cierto silencio sobre ella cuando se avanza en edad porque ---así se piensa--- todavía quedan muchas cosas por realizar.

En el fondo, el peor de los males consiste en la soledad, ésa que se prolonga aun después de los días, después del tiempo. Sin presencia alguna, y seguir siendo. No suele ser sino la continuidad de la vida de tantos ricos y famosos, en apariencia encumbrados en el glamour sin más consistencia y duración que una burbuja de aire. Se ha llegado a pensar como parte del éxito su facilidad para romper vínculos y compromisos, una y otra vez. Hasta vivir, por fin, solos. En los pliegues de su alma se recuerdan, una y otra vez, los versos de Lope de Vega:

                                                        ¡Pobre barquilla mía,                            
                                                        entre peñascos rota,
                                                        sin velas desvela,
                                                        y entre las olas sola!

A ese remolino de soledad satánica se asoman, van y vienen, en un destino ciego, los oropeles del glamour, la vida de quienes luego deslumbran en las redes sociales desde la noche de sus apariciones en público (siempre de noche) seduciendo a cuantos se acercan a esos acantilados de un estrecho canal entre esos monstruos de Caridbis y Escila donde les acecha la muerte.

Mientras, la esperanza dormita en el seno de la fe en ese más allá, que en realidad ya ha comenzado aquí. Se trata de disfrutar del bien y de la vida, ya desde aquí, en la unidad con los compañeros de viaje que por el camino se cruzan. Y continúan los consejos de Lope:
                                               
                                                          Mas, ¡ay!, que no me escuchas.
                                                                 pero la vida es corta:
                                                                 viviendo, todo falta;

                                                                muriendo, todo sobra.

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