El "amor" cuando no se lo lleva el viento




Lo que el viento se llevó




Asombra, extraña, el cariz de algunas relaciones de cuyo resultado depende el bienestar de millones de gentes. Apenas queda tiempo para profundizar en el tema tratado. Es decir, apenas se pueden escuchar. Cada quien viene preparado con preguntas y respuestas ya elaboradas, antes de haber oído al interlocutor. En seguida, la fotografía para los media cierra la reunión y cada quien regresa a su casa.

Esta situación se repite cada día. Líderes mundiales tienen en su mano la suerte de millones de personas, se reúnen, conversan en medio de protocolos y traductores, comidas formales y visitas programadas a lugares específicos. 

No se requiere ir muy lejos para ver cómo en asuntos de importancia, los líderes se daban tiempo para pensar, dialogar y conseguir acuerdos razonables dentro de la dificultad del problema tratado. Es el caso de los Acuerdos de Paz de Camp David firmados en Washington en 1978.

Antes de la firma se reunieron en secreto (algo impensable hoy) en Camp
David. En un ambiente distendido, de confianza, se reunieron el Presidente de Egipto Anwar el Sadat, el Primer Ministro de Israel Menahem Begin, y el Presidente de Estados Unidos Jimmy Carter, durante doce días, con tiempo para jugar al ajedrez. El logro fue de tal calado como para nombrar conjuntamente ese año con el Premio Nobel de la Paz a Sadat y Begin.


Parecería lógico pensar que los avances de la tecnología, harían más propicios ese tipo de "encuentros", precisamente cuando Korea de Norte, Rusia y China planean resolver alguno de los múltiples asuntos clave en su relación con implicaciones para el resto del mundo.  Pero no hay apenas tiempo para ocuparse a fondo de resolver o, por lo menos, suavizar, las tensas relaciones debido a problemas militares, de estrategias de armamento, económicos, de espionaje y de relación con regiones como Oriente Medio, Caribe, Sudamérica donde los equilibrios desafiantes amenazan con romperse a cada momento.

Es decir, el problema es el tiempo para tratar los asuntos con serenidad y a las personas con respeto. Octavio Paz advertía sobre la urgente necesidad de encarar los problemas de nuestra civilización comenzando a reflexionar sobre el tiempo.

Pero las nuevas tecnologías prometen mayor velocidad y cantidad de transacciones con sus avances ya listas para saltar al nivel de 5G; prometen velocidad, pero no tiempo.  

Hay algo en esa relación velocidad-tiempo, que no acaba de funcionar. Ocurre algo similar en las relaciones familiares y entre los matrimonios. Muchas prisas, pero no queda tiempo para tratar los problemas del día a día y los de fondo.

Sí, la velocidad no lleva a la reflexión y las relaciones de convierten en respuestas mecánicas a un estímulo. Y como se trata de estímulos, bien se pueden conseguir de una manera mecánica, un robot por ejemplo, donde se pueden multiplicar las 
gratificaciones y reducir caso a cero los problemas.

Parece que hacia ahí vamos. Y le concedemos razón a la propuesta de Octavio Paz: reflexionar sobre el tiempo nos acucia.

Un adelanto a esta reflexión: saltar del tiempo al amor. Hacerlo todo por amor: porque es eterno, elimina los problemas del tiempo.





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