¿En qué consiste la auténtica socialización del hombre?





No es una pregunta retórica. El concepto de "socialización" ha preocupado a todos los estudiosos de las ciencias sociales a partir del siglo XX. 

Por lo general se concebía, todavía hoy, cómo un flujo del ayer, de la cultura, de las normas y costumbres, pasa a la niñez por medio de los mayores y también a través de los media. Pero algún observador de estos procesos apuntó además la posibilidad de un flujo a la inversa; es decir, también los mayores, los padres, pueden ser socializados por los de menor edad.

Mientras el proceso tradicional  trasladaba la tradición de los mayores, el proceso inverso bebía de otros arroyos. El cultivo incipiente de modas pasajeras, nacidas en los mismos estratos debido a  las interacciones infantiles y juveniles. 

¿Y cómo se podían  formar esas corrientes sin arraigo, sin tradición? ¿Valdría la pena considerar si este flujo como algo capaz de ejercer un impacto en el público de más edad, hasta el punto de desvirtuar la cultura previa adquirida con el paso de los años, debido al influjo de la vida de los menores?

Para empezar, este proceso se ha dado siempre, pero no se ha tenido en cuenta en la vida social, aun cuando en  las conversaciones de cada día no faltan las "anécdotas" sobre el particular. Por ejemplo, los hábitos de sueño de los padres se ven profundamente alterados por la presencia de los bebés. Asimismo, las relaciones sociales cambian debido a la dificultad de desplazarse, de viajar con los menores de edad. Son éstos quienes afectan la vida de los mayores, su descanso, su trabajo profesional y, a veces, el humor mismo.

Pero podemos considerar estos cambios de hábitos como algo menor. Deberíamos fijarnos en el mundo de la comunicación, del entretenimiento, de las maneras de hablar y de comportarse de los niños y adolescentes, de sus diversiones, para darnos cuenta de lo que los hijos traen de su ambiente al seno de la familia. 

Sin embargo, el componente más importante de la auténtica socialización viene dado por la comunión con lo divino. Es decir, entramos de lleno al "mundo de la fe" donde la caridad se aprende, sin importar cuánto se debe esperar. Cuando las corrientes de socialización descritas antes (de padres a hijos y, su inversión más moderna, la de los hijos hacia los padres) no contribuyen a desarrollar el componente más importante de la socialización, la fe, la vida perdería su sentido porque le faltaría la verdad esencial, quedando entonces truncada, sin libertad para moverse en la Iglesia, en la política y en la sociedad.

La socialización inversa (la de hijos a padres) está empapada por los contenidos de los media  y  por la inmersión en el mundo de la tecnología con la consiguiente "uniformización". Si a esto se le añade esa corriente cada vez más débil de la educación (en la virtud) de padres a hijos, estaríamos creando una cultura, quizá de lo "científico", donde sólo lo demostrable empíricamente tendría cabida. Entonces, el amor (invisible como es) no aparecería por ninguna parte.

El auge de la protesta en las calles, de la destrucción y el odio generalizado en tantos ambientes,  es el resultado de estos procesos de socialización vacíos, donde la disciplina se excusa porque  los educadores no  saben a ciencia cierta a dónde se van. En resumidas cuentas, se requiere  aprender a ser fiel en lo poco, en cada virtud necesaria para alcanzar el fin en la vida.






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