¡¡La moral no avanza al ritmo del mundo!!





Alberto Durero




La moral no avanza. Se ha quedado atrás. Los jóvenes piden cambios. Los mayores se han desentendido de la fe, desorientados ante la oleada de nuevos reclamos y el inmovilismo patente dadas las circunstancias actuales.

Parece como si el Evangelio, apto para iluminar los caminos de la vida desde hace dos mil años, hubiera perdido su capacidad de señalar el complejo mundo de hoy. Su luz no llega, por ejemplo, hasta la oscuridad de los antros donde los jóvenes, y no tan jóvenes, gastan sus noches y madrugadas entre ritmos altisonantes, alcohol, droga y danzas.

Los  "absolutos" de la moral  se han puesto hoy en cuarentena ante la "diversidad", un concepto vacío, capaz de abarcarlo todo, incluso las modas más denigrantes. Sin embargo,  va dejando  fuera la singularidad del sujeto moral. Lo malo de siempre, el crimen, el robo, la fornicación..., deben tamizarse ahora con las retículas subjetivas de las intenciones personales, caprichosamente adaptables.

Cuando se dan tales actos, se llenan las páginas de los media, creando un gran revuelo con las discusiones surgidas ante la avalancha de desmanes. Por ejemplo, el hijo mayor de Trump ha decidido  divorciarse de su esposa después de cinco hijos en común. Un hecho escandaloso  expandido por todos los rincones para servir de pretexto a quienes sortean momentos difíciles en su matrimonio, y alimentar las comidillas de las alegres comadres (ellas y ellos) del barrio y en las reuniones sociales de "alta" alcurnia.

Tendrán sus razones, exclaman los interlocutores "prudentes" para respetar esa tendencia tan democrática de decidir como a cada quien le venga en gana. Mientras tengan "razones" para hacerlo, ¿quiénes somos los demás para juzgar? Desde luego, nadie debe erigirse en juez de nadie, pero los actos de las personas, ayer, hoy y siempre, no pueden solaparse sólo con "razones", surgidas a la "luz de la razón", la ética de conveniencia. Se precisa de la intervención de la moral.

La moral, no es un árbol que da moras. Hay acciones intrínsicamente malas, y así lo han reconocido todas las culturas de todos los tiempos. El fin perseguido, por muy encomiable que fuera, no convierte lo malo en bueno. Por ejemplo, un pordiosero, acosado por el hambre, puede "robar" lo necesario para saciar su hambre y conservar su vida, si la sociedad le ha negado ese alimento vital para él. En este caso, la vida es más importante. Pero el acto en sí, no se vuelve "bueno". Lo malo de suyo es malo.

Es aquí donde se quiere desvirtuar el valor del acto bueno. A base de dar "razones", siempre las hay, se quiere convertir  lo deleznable, en algo incluso meritorio, sobre todo cuando se invoca ese principio, rejón de muerte para la democracia, de libertad por encima de todo, incluso por encima del bien de los demás.

Los mandamientos morales son inmutables y universales, desde que el hombre holló la tierra. Desoír este principio, equivale a dar entrada a la corrupción en todas sus manifestaciones.







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