A dónde van los hijos sin los padres




Una verdadera madre dando el "do de pecho".
Camile Corot, 1860.






Dos secuencias distintas. Una lleva al caos (pues de ahí viene). Otra, va hacia la felicidad (pues del amor procede).

En el principio era  "caos" y "confusión y oscuridad por encima del abismo". Luego sin saberse cómo ni porqué, aparece el hombre. Desde entonces, se ha tratado de entender este proceso. Darwin acuñó un concepto evolución, y se quedó como una marca histórica suya. Así se han teñido las formas de pensar de muchos científicos y su doctrina, con variaciones, se ha plasmado como un "hecho" en los libros de ciencia: la materia da lo que no tiene.

El entender estos saltos del no ser al ser se le ha dado a la matemática. Este lenguaje, nos traerá nuevas complicaciones lógicas, pero resultará incomprensible incluso para sus expertos, como Stephen Hawking, quien se fue de este mundo a oscuras, envuelto en sus "agujeros negros", sin querer salirse de la nada original, cuyos restos reposarán junto a los de Darwin, en Westminster.

Otro proceso, describe también el mismo "caos" en el origen, pero, se añade un dato importante: "El viento (espíritu) de Dios aleteaba por encima de las aguas", esas aguas y esa tierra creadas por Dios "en el principio".

Siguiendo este segundo modelo, se puede incorporar la evolución como un "proceso", pero su "principio" está la creación, de la nada, por Dios. Hay "alguien" diciendo el curso de los acontecimientos hasta llegar hasta el hombre y la mujer.

A partir de este hecho, se funda la familia con el fin de "multiplicarse" y llenar la tierra. Como esta secuencia tiene más sentido que la anterior, es fácil tomar este camino en vez del otro, el del absurdo, donde se espera, se sigue "esperando a Godot", ese mismo God, Dios, cuya presencia vimos "en el principio" del otro proceso, donde sin dejar de lado a la razón, se da lugar a la "revelación".

Después de Samuel Becket (Esperando a Godot) a principios del siglo XX, vendrá una francesa, Simone de Beauvoir, a plantar la raíz de un mal fecundo, para desvirtuar la clara diferencia entre hombre y mujer, y poner la semilla de los cambios y variedades de sexo, hoy tan difundidas por las diferentes ramas de las Naciones Unidas, con los recursos del público. Ganan el pan con el "sudor del de enfrente", un pequeño lapso de altísimo costo económico y, sobre todo, moral.

Los padres de familia deben aprender estos dos caminos y, después, enseñárselos a los hijos, si todavía el "hacerse una sola carne" entre marido y mujer tiene sentido para procrear, siendo fecundos, y cumplir así con el el fin del matrimonio, sin ocluir el proceso, y seguir llenado la tierra y disfrutar de ese "hacerse uno", un regalo divino a la unión conyugal.

Padres de familia, "escuchad" (Shema) primero, como en el Sinaí. Luego, "uníos", con el sentido del Paraíso (no con el de la frase copiada, repetida luego y desplazada por Marx al ámbito de los "trabajadores". Por último, la Beauvoir usará este término con un sentido  lesbiano, un siglo después).

De ahí, que con toda esta maraña de ideas obtenidas de la ideología, no de la realidad, los hijos no serán capaces de ir muy lejos sin el concurso de los padres.




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