Las bombas del Guernica y Trump


Estas imágenes de Mosul ya no producen asombro. Forman parte del decorado de violencia de cada día. Mientras, se habla y se discute sobre la forma de acabar con esta locura...desde hace siete años.




Se ha convertido el Guernica para algunosla pintura del pintor malagueño Pablo Ruiz Picasso de 1937, en un exponente de las consecuencias de cualquier guerra. Son cientos de millones las muertes en el siglo XX a causa de las guerras, donde solo al líder Mao Tsé Tung se le atribuyen 72 millones.
(Ver el sitio, http://remilitari.com/guias/victimario1.htm, para tener una idea más exacta de esta hecatombe).

Arrojar bombas desde el cielo sin saber quiénes sufrirán los efectos, resta mucho de racional al autor de tal atrocidad. Pero no se aprende la lección. La demanda de armas sofisticadas y letales va en aumento. Por ejemplo, Latinoamérica importa armas de Estados Unidos y, a cambio, exporta drogas.

Durante más de medio siglo, ningún  bombardeo ha sido capaz de ganar una sola contienda bélica, y hasta el día de hoy se escuchan los  lamentos de las consecuencias de tales actos de violencia. La excepción viene dada por el lanzamiento de la bomba atómica en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki  en agosto de 1945, pero los ecos de la tragedia no han cesado en ese pueblo que, según el presidente Truman eran "salvajes", y que tenían como esclavos a más de 200 mil coreanos en Japón para trabajar en tareas forzadas.

Los "académicos" discuten, y lo seguirán haciendo, si ese lanzamiento que sí termina la guerra de Japón y Estados Unidos era, sin embargo, necesario. La bibliografía es extensa sobre este tema. Los argumentos se multiplican, pero no sale la luz por parte alguna.
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Y la luz no puede salir porque la vida de un solo hombre no se justifica por la supuesta amenaza de una masacre potencial. Desde hace dos mil años, todavía  resuenan las voces de Caifás, con este mismo argumento: "Conviene la muerte de un hombre para salvar a un pueblo". Era la voz del Sumo Sacerdote ese año, que debía observar el Decálogo en su quinto mandamiento: "No matar". Sin paliativo alguno.

El matar a un hombre nunca se justifica. La violencia, tampoco. La ley mosaica que condenaba a lapidar hasta morir a las mujeres sorprendidas en adulterio, no era la "ley de Dios",  se desacredita más en el episodio de la mujer adúltera presentada a Jesús.

La justicia por la espada, nunca es la solución. Las condiciones para la "guerra justa", excepto  la defensa en el caso de una "invasión" del enemigo, no se sostienen. El papa Juan Pablo II recomendó durante la guerra de los Balcanes lo que se denominó como injerencia humanitaria, para detener la masacre de los servios contra la población indefensa. El hombre es algo más que fuerza, y se llega a saber éso con el uso de la inteligencia.

No te es permitido quitar la vida de tu hermano, aunque sea Kim Jong-un, el líder supremo de Corea del Norte de 34 años, con independencia de sus crímenes y caprichos. Debe haber otros caminos. Hay personas dentro de su régimen con quienes hablar, si se quiere dialogar. Es significativo el hecho de estar frente a Corea, de nuevo, después de la cruenta guerra de 1950 a 1953.

Si se quiere entender este sin sentido, que horroriza al ver las consecuencias de tales actos violentos, se debe mirar a los principios. El valor de la vida humana, aunque sea sólo una, no tiene precio.

Pero si los horrores de la guerra nos dejan perplejos, los crímenes contra los infantes por nacer sobrepasan con mucho los crímenes de guerra. Si no se tientan el alma a la hora de eliminar a un niño inocente e indefenso en el vientre materno, podemos esperar lo peor a resultas de las contiendas y acosos internacionales de nuestro tiempo.

El caso del señor Trump merece ser estudiado aparte. Por un lado, debe reconocérsele el valor de haber cortado el financiamiento de Estados Unidos a las empresas dedicadas a facilitar la diseminación del aborto. Es un gran logro. Pero, por otro lado, el acoso militar y aéreo a una serie de países en guerra, nos pone al borde de una catástrofe mundial sin precedentes.

En definitiva, cuando no se vive de los principios, se corre el riesgo de dar "una de cal y otra de arena".




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