Domingo de la Divina Misericordia

Mañana, día 23 de abril,  se celebra en la Iglesia universal, la fiesta de la Divina Misericordia.

Vale la pena recordar el valor de las promesas encerradas en esta celebración.  San Juan Pablo II instituye esta fiesta para toda la Iglesia. La monja polaca santa Faustina Kowalska  fallecida en 1938, recibió el encargo de parte de Jesús mismo, de propagar esta devoción.

El contenido de la promesa se concreta en esta llamada de Jesús a Faustina:

"Hija mía, habla al mundo entero acerca de mi infinita misericordia. Yo deseo que la Fiesta de la Misericordia sea el refugio de todas las almas, y especialmente de los pobres pecadores. Las entrañas más profundas de mi misericordia más tierna se abren en ese día. Derramaré un caudaloso océano de gracias sobre aquellas almas  que acudan a la fuente de mi misericordia. 

El que recibiere en ese día los Sacramentos de la Confesión y de la Santa Comunión obtendrá el completo perdón de sus pecados y del castigo....Que nadie tenga miedo de venir a mi, aunque sus pecados sean de color escarlata... Es mi deseo que sea celebrada solemnemente el primer Domingo después de Pascua. 

El hombre no tendrá paz hasta que no vuelva a la Fuente de Mi Misericordia".

Juan Pablo II, falleció precisamente en la víspera de esta fiesta que él mismo había instituido, cuando ya la Iglesia celebraba  ese sábado la liturgia de la Divina Misericordia.

Esta llamada al sacramento de la Confesión recuerda a la parábola de "hijo pródigo", cuando el Padre solía salir al encuentro del hijo, perdido en los laberintos de la vida. Todo tiene remedio en esta vida, no hay pecado que no se pueda borrar si se reconoce y se arrepiente de él. 

Pero además del perdón, se requiere pagar por el pecado cometido, cosa que ocurre en el purgatorio, un "estado" (no un "lugar")  del alma después de la muerte para la purificación de quienes han muerto en gracia. El Señor el concedió a santa Faustina "ver" este lugar en 
1926. Así nos lo cuenta:

"Yo vi  a mi Ángel Guardián que me ordenaba que le siga. Por un momento estaba en un sitio nublado, lleno de fuego, en el que había un gran número de almas sufrientes. Estaban orando fervientemente, pero sin provecho para sí; sólo nosotros podremos ayudarlas. Las llamas que las quemaban a ellas no me tocaban a mí... Yo pregunté a estas almas cual era el mayor sufrimiento. Me contestaron a una sola voz, 'que su mayor tormento era el anhelo de estar con Dios'. Yo vi a Nuestra Señora que visitaba a las almas del purgatorio...Ella les traía alivio" (20).

Pues bien, esta realidad se puede evitar con la indulgencia plenaria, que se concede mañana, cumpliendo tres condiciones: 1) confesarse, 2) comulgar en la Misa, y 3) rezar por las intenciones del Romano Pontífice, el Papa.

Vale la pena, nos dirían las almas que se encuentran en el purgatorio.












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