Perder el tiempo


Todo, o casi todo, se puede recuperar en la vida. Todo, menos el tiempo perdido, si bien no faltan quienes pregonan perder el tiempo para aprender a ganarlo. De cualquier manera, al llegar la eternidad  cuando la vida se acabe, ya no habrá ocasiones para acabar con la falta de tiempo. Se quedará todo en un presente continuo inagotable, sin tiempo que perder.

Caer en ese estado sin tiempo no es igual para todos. Unos se quedarán sin luz en la infinitud, sufriendo ese no querer salir de donde están, pues son enemigos de la luz. Otros, los agraciados, darán gracias de continuo,  también sin tiempo, por permanecer para siempre gozando de la presencia de la luz sin agotarla.

No se concibe muy bien en este mundo el merecer en el tiempo la calidad de una eternidad sin él. Burlarse de quien lo aprovecha solía ser frecuente entre quienes de jactaban de no hacer nada, debido a su posición o a su cuna, desoyendo los consejos, órdenes más bien, dadas en el momento de la creación: Tú, como hombre, trabajarás todos los días de tu vida, aprovechando cada minuto, como lo hace mi Padre, sin cesar, y no descansa ni un solo momento.

El tiempo aparece cuando se crea al hombre. Antes no lo lo había. El tiempo es para él, para su provecho y aprovechamiento en los trabajos de la viña, febriles o contemplativos, físicos o espirituales. En ellos se encuentra la razón del existir, y cuando el hombre termina su tránsito por este mundo, el tiempo se acaba. Sólo a él le pertenece.

Y, ¡ay de aquél cuyas horas transcurren pensando en Babia!





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