La familia real no está en palacio


La familia "real" no está en palacio, ni siquiera en el de Buckingham, tan de moda siempre, pero especialmente ahora tan lleno de dimes y diretes.

Desde luego, el ejemplo de estas familias de reinas y reyes deja algo o bastante que desear. Si no recuerdo mal, deberíamos montarnos al rey Balduino de Bélgica y la reina española Fabiola para dar con una pareja consorte digna de admiración.

Pero este  no es el punto. Queremos decir que la verdadera familia, la real, está en  la calle o en el apartamento propio o rentado de al lado, viviendo con los hijos. Y este es asunto por aclarar.

No es el Estado el destinado a decir en qué consiste la familia, la familia "real". Cuando en el matrimonio cristiano se unen en una sola carne el hombre y la mujer, se les dice: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". El matrimonio es un invento divino, y el hombre no puede manejarlo a su antojo.  La advertencia es tajante. Ningún hombre puede disponer de lo que Dios ha unido. Ahora bien, cuando el Estado interviene en un asunto, será para cooperar al bien común de la sociedad, respetando su  naturaleza en su origen. Es decir, puede acercarse con delicadeza a algo que no es suyo para cuidarlo y protegerlo de tal modo que se conserve su fin, para el que fue creado,  procurando lo necesario  para ello.

Esto es lo significado por "real",  algo no ficticio, donde soberanos y súbditos deben atenerse a las disposiciones de lo establecido por quien desde el principio se fijan las condiciones para el crecimiento de la sociedad, donde lo natural  es el único medio para lograrlo, alejando así para siempre todo los métodos  "artificiales".

La vida es siempre un don divino, y la cooperación del hombre en este logro se consigue mediante la unión carnal de un hombre y una mujer; no hay términos medios por muchos avance que la ciencia alardee de poseer en este sentido, al pretender cambiar la naturaleza de las cosas, de las personas.



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