Hablar bien o callar...¿También en política?

Una cosa es la oratoria; otra, muy distinta, hablar bien. Pero se ha llegado a borrar esta diferencia fundamental, cuando se pisa el suelo del parlamento. La llamada "libertad de expresión" es una especie de parapeto para decir lo que a cada quien le da la gana, como le da la gana, y, con frecuencia, cuando le da gana.

Libertad de expresión es un concepto con dos términos (tres, si se cuenta la preposición "de"). Mientras la voz "expresión" es la acción de declarar algo a alguien, el término  "libertad", consiste en referirse a la cosa de acuerdo a lo que ella es.

Libertad, si tiene algún valor, se debe a la verdad que encierra, y esa verdad trata de mostrar de. alguna manera, en este caso mediante la palabra, la esencia de lo que la voz se refiere.

Por tanto, la voz gana en verdad en tanto en cuanto se ajusta a la cosa. Entonces, cuando estamos con una persona, nuestra palabra debe tratarla como tal, tratando de ir a la cuestión de fondo. Quedarse en los defectos no nos deja ver el quién de la relación.

Estas apreciaciones cobran especial significancia cuando quien habla representa a otros para conseguir su bien mediante el diálogo con quienes consideran también el bien común como un derecho ciudadano. Así las cosas, no caben las medias verdades ni mucho menos la mentira, consistente en no querer llamar a las cosas por su nombre. 

De entrada, se atenta contra el  mismo bien que se quiere conseguir  porque no puede formar parte del bien algo que no lo es: es el caso de la mentira entera o a medias. 

Nadie tiene el derecho de quitar la reputación de otro de quien sabe algún defecto, aunque sea verdad. La persona se alza por encima de los juicios del prójimo, reclamando siempre su integridad, aunque no sea el uso común en los media o en los corrillos de personas afines.