La paz empieza nunca


Después de este título, La Paz empieza nunca, de la obra escrita por el periodista y director Emilio Romero, surge la película con el mismo nombre en 1960 donde los protagonistas son Adolfo Marsillach  y Concha Velasco. 

El título es sugerente de los tiempos de ayer y los tiempos de hoy. Parece imposible vivir una verdadera paz. La Tierra, nuestro planeta, vista desde el espacio en unos de esos satélites dirigidos a la Luna o solamente a la observación a 200 kms. de altura, se comprende lo insignificante de la división de fronteras y la lucha por hacerse con unos milímetros --así parece desde esa altura-- de la tierra del vecino.

Somos nada en el inconmensurable espacio de nuestro universo, y vivimos apenas unos pocos años, casi nada, comparado con los millones dude años del tiempo de nuestra tierra. Y no podemos vivir en paz, ansiando siempre el bien del otro que no es sino un "bien común"  de todos los habitantes de esta humanidad, descendientes de la primera pareja formada por Adán y Eva.

Nunca se hubieran imaginado  que la voz "creced y multiplicaos y llenad la tierra" se iba a dar a partir de los dos primeros humanos situados en el Paraíso Terrenal, a pesar de que en los primeros descendientes ya se da la envidia, a pesar de poseer toda la tierra, que lleva a Caín a quitar la vida de su hermano Abel.

Aquel inicio fratricida no ha cesado; por el contrario, se ha multiplicado por miles de conflictos en todo el orbe y en todos los tiempo. La cizaña del pecado original, recibida en la naturaleza humana, sigue destruyendo lo que nació en armonía y en deseo de trabajar la tierra.

Como el orgullo de la torre de Babel empeñados en llegar al cielo con sus medios, hoy se construyen naves siderales para llegar a no se sabe dónde, pero se invierte en la  incertidumbre, dejando de lado las miserias de nuestro mundo, esperando encontrar ahí fuera, lo que somos incapaces de conseguir con nuestro prójimo.

En fin, el "serás como dios" es la semilla de la tentación puesta en nuestra alma por el diablo, y sigue dando abundante fruto en las creencias absurdas de nuestra generación, convirtiendo en un sueño la verdadera paz.


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