La esperanza renace cuando se encarna el amor



Sembrador a la puesta de sol  (1888). Vincent van Gogh 





Estamos atravesando por un mal momento. El principal problema es el amor. No se acaba de entender en qué consiste. Es lo más esencial de la vida, no importa cual sea la vocación de cada uno.

Esto es así porque Dios es amor. El hombre es un ser en relación. Nuestra relación con él, o bien es de amor, o la vida carece sentido. Asimismo, nuestra relación con los demás se debe basar también en el amor. Por tanto, todo, totalmente todo lo que hacemos o pensamos, debe encaminarse a la consecución de este amor.

¿Cómo puede ser tal cosa? Veamos. Dios es uno...y trino. Si fuera sólo uno, no habría lugar para para el amor, pues faltaría el "otro". Habría únicamente soledad. Egoísmo. Mirarse a sí mismo. Inacción. Sería una condenarse a sí mismo a la "soledad". El amor, por el contrario, exige la presencia de otro yo a quien amar. ¿Por qué? Porque el amor es entrega, entrega total, sin guardarse nada para sí. Es darse a sí mismo en su totalidad. 

De este vaciarse totalmente, se genera otro como yo, pero distinto. Este ocurre así desde el "principio", sin dar consideración al tiempo, una dimensión no necesaria. Lo resultante de esa entrega total, es la "persona", pero sin confundirse con la "persona" originaria; así entendemos los versos el Salmo II: "Tú eres mi hijo. Yo te he engendrado hoy". De la misma manera, para corresponder a lo anterior, Jesús, el hijo, nos dirá, "quien me ve a mí ve al Padre". El resultado actual y eterno de tal acontecimiento, es la generación de un amor sin límites procedente de la relación entre estas dos personas. De este infinito amor mutuo surge otra persona procedente del amor nacido al contemplarse estas dos personas. Esta visión preconiza la familia. Así tenemos entonces, la presencia real de tres personas distintas en un solo Dios, cuya relación es el amor. Nosotros las llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, sostenidas desde siempre y para siempre, pues así es la naturaleza del amor.

Estas personas se conocen sin agotarse, como si cada instante fuera un nuevo día que nunca acaba. El todo se reduce a un punto sin fin. Cuando estas tres personas deciden abrir su relación de amor al exterior de sí mismas, aparece la "creación". La "creación" del hombre y de las cosas, como una expresión de lo que son: amor. Es decir, las tres personas no podrían crear algo distinto de su dimensión esencial. Por eso  las cosas, y, en el caso del hombre, remiten por su naturaleza al autor divino, uno y trino, y llevan en sí el sello del amor, aunque de manera distinta: las cosas se entregan obedientemente al plan divino; pero los hombres, reciben un don especial desprendido de la naturaleza divina: la libertad, consistente en  realizar el plan divino porque se quiere hacerlo. Es decir, el amor de Dios se derrama sobre el hombre, y, el hombre trata de corresponder a ese don de un ser creado y enriquecido sin mérito alguno, queriendo ascender y unirse a quien tanto lo ha amado, libremente, bien la distancia entre la creatura y su creador es infinita.

Dios hace las cosas con un fin

Hemos visto cómo la trinidad de personas, en un designio de amor, más allá del que se profesan como familia divina, dentro de una entrega mutua infinita inagotable, son eternamente felices a causa de ese darse sin ocultar siquiera un punto para ellos, deciden desde el "principio" extenderse en su amor fuera del círculo de su relación inmensa. Y como la secuencia del amor es creativa, pues de la entrega total del Padre se engendra el Hijo, y el vacío se llena de amor del Espíritu, aprendemos que al vacio divino sucede  simultáneamente lo creativo, llenándolo todo. Es decir, para llenarse hay que vaciarse, como ocurre con el grano de trigo arrojado a la tierra, y muere, vuelve a surgir multiplicado. Es decir, al desprenderse de lo único que le queda al grano, esto es, su vida, vuelve a aparecer multiplicado. Este ejemplo nos lo da Jesús, extraído de su experiencia con el Padre, y nos sirve de paradigma para todas las acciones dignas de la creación. Es contrario a la lógica, pero, nos lo recuerda en otro pasaje, que si se da la vida la  poseerá eternamente.

El hombre se encuentra "siendo" en un espacio y en el tiempo. Aparece en las tierras del Paraíso. Está solo. Su corazón ama a quien le amó primero, su creador. Se ve con él cada día al atardecer, y hablan del encargo recibido: trabajar la tierra. Este encargo no es sino otra manifestación del quehacer divino, revelada por Jesús: Mi Padre trabaja continuamente. 

El universo entero habla de este trabajo divino. Una decisión puntual ya tiene en su embrión su desarrollo total en el tiempo, llenando cada vez más, armónicamente, espacios ilimitados, aunque no infinitos. La dimensión temporal queda fuera del ámbito de lo divino donde no queda espacio fuera del amor.  Junto a todo este orden de luz y materia sólida y gaseosa, aparece otro elemento de la creación, que ni es material ni mezcla de materia y espíritu: es sólo espíritu. Son los ángeles. Miríadas de ellos. Puros, traslúcidos, enamorados, inteligentes, libres. Iban a cuidar de la creación, en especial del hombre, dando culto a su creador. Al verse tan perfectos, no faltó quién, el más bello de todos, admitiera en su inteligencia un pensamiento de superioridad delante del mismo Dios. Con la misma  velocidad de ese pensamiento, otro arcángel, respondió a ese reto con la gran voz: ¿Quién como Dios? Y ese empuje nacido del amor que es fiel, precipitó a Luzbel a ese estado de separación voluntaria de quien era su hacedor, secundado por millones de ángeles. 

En un instante, al desvirtuarse el fin para el que había sido credo, la belleza del ángel se trasformó en fealdad maligna, apartada para siempre a  ese estado de condenación elegido para así poder mantenerse en su decisión de reto eterno a los planes divinos, sumidos, él y sus secuaces, en una oscuridad absoluta, en soledad, donde el odio más enconado había sustituido al amor más exquisito del creador.

Por eso, al ver aparecer al hombre en medio de todo lo creado, inferior a él en potestad, en medio de una fértil llanura, donde iba poniendo nombre a cada cosa, a cada animal, y, especialmente, al verlo conversar en los atardeceres con su creador, su corazón bilioso ideó la manera de  malograr el plan divino. Acababa de presenciar como Dios había creado una mujer a partir de una costilla del hombre, y cómo su presencia había deslumbrado al primer hombre, Adán, al ver a tal criatura, como él, hecha a imagen y semejanza divina.

Sin duda, el ángel caído, Satanás, se dedicó a observar esta nueva especie, humana, compuesta de espíritu y materia, distinta a la especie angélica, simple espíritu. No podía tentársele de la misma manera, por medio de la soberbia, pero, como el hombre tenía una parte espiritual, conocida por él, pensó entrar por ese medio a la hora de urdir una propuesta que desbaratara el plan divino de poblar la tierra con esta especie para llevarlo después con él, a ese cielo de donde él había estado y al que no volvería jamás. 

Si Satanás lograra quebrantar alguno de los mandatos divinos dados al hombre, entonces, se debilitaría su posición en la tierra, y quizá perdería su promesa de ir al cielo. No lo sabe seguro. Va a tientas, y tienta a la primera mujer, Eva. Se va a valer del mandato original divino a la primera pareja humana: Podéis comer de todos los frutos de este jardín, pero no comerás del árbol que está al centro del jardín, porque moriréis.

La vida dada al hombre está en juego.  Todo les está permitido, excepto comer del árbol de la "ciencia del bien y del mal". Es decir, de acuerdo con las propuesta diabólica, de ahora en adelante, el hombre podría erigirse como plena autoridad moral y decidir qué es bueno y malo, quitándole a Dios su sitio.

La mujer, Eva, se deja seducir por la propuesta. Toma un fruto del árbol del centro del jardín, y come de él. Luego se lo ofrece  también a su compañero Adán, y come. El diablo, aparece como serpiente, el más astuto de todos loas animales del campo,  y se sale con la suya, pero no barrunta siquiera el porvenir de esta primera pareja humana, ni mucho menos su futuro. Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos.

Cuando Dios les pregunta por su conducta, Adán echa la culpa a Eva: "...me dio del árbol, y comí". Eva, entonces, culpa a la serpiente: "La serpiente me sedujo, y comí".

Dios declaró maldita a la serpiente, y a partir de ese momento, el trabajo al hombre iba a costarle esfuerzo; la mujer tendría los hijos con dolor, y expulsa del jardín del Edén a nuestros primeros padres. Y se iba a poner enemistad entre la descendida de la mujer y la secuencia del maldito.

Se vivieron desde entonces más de 4 mil años a la espera de una apertura a la salida del jardín del Edén. Mientras, algunos libros de la Biblia mantienen la esperanza en esa liberación de la esclavitud del pecado, donde el amor se asoma por algunos de los escritos, citados por san Mateo en su evangelio: He aquí que una virgen dará a luz un hijo, y le pondrán de nombre Emmanuel.

Este Emmanuel es el amor porque es el fruto del amor. Se entrega absolutamente a la voluntad del Padre para traer el amor del Espíritu a la tierra. Se vence así al pecado, se abren al hombre las puertas del Paraíso, y renace la esperanza en la tierra. La misericordia  se hace carne en el seno de otra mujer, concebida sin pecado.

  


 











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