El verdadero señorío es no poseer nada: (La suerte de no tener vino)




La gruta de la Virgen de Lourdes.



De esto hace ya muchos años. En  la gruta de la Virgen de Lourdes llovía a cántaros. No se veía un cielo con intención de parar,  todo encapotado, sin siquiera una hendidura de por donde  pudiera atravesar un rayo de luz y dar alguna esperanza.

Los peregrinos, por cientos, iban a guarecerse del diluvio cubiertos con chubasqueros y guarecidos algunos con paraguas. Pero a alguien se le ocurrió pedir a la Virgen una tregua para rezar un rosario y lo haría de rodillas. De repente, cesó la lluvia. Se mantenía, sin embargo, a una altura de un par de metros de donde aún se escapaba alguna gota resbalando de aquel techo húmedo. Pero, la lluvia paró su incontenible caída sobre la explanada de la Gruta de Massabielle donde tuvieron lugar las apariciones a Bernadette el 11 de febrero 1858.

Se acabó el rosario y de nuevo se desplomó el aguacero. Reconocer este suceso como un milagro es algo personal, quizá pequeño e insignificante comparado con los más de 70 milagros "reconocidos" por la Iglesia en su historia desde las apariciones, a donde han acudido más de 200 millones de visitantes y peregrinos. Pero los milagros son muchos más, a juzgar pos los comentarios que, similares a esta narración de la lluvia, acaecen a raíz de la visita a este lugar mariano.

La Virgen no para de hacer de las suyas. Su temple materno le impide quedarse quieta, en un rincón, y como en las bodas de Caná, no cesa de acudir a su hijo para decirle: "No tienen vino". Y como entonces, aunque no sea el momento propicio, por no desairar a su madre, accede a sus peticiones. 

Y esta intervención de María no se limita a los lugares del mundo donde se ha mostrado en diferentes apariciones. Ella acude con la misma solicitud de madre al lado de quien la invoca, no importa dónde. En el caso de Lourdes, se le aparece a Bernadette sin llamarla siquiera; lo mismo ocurrió en Fátima unos años más tarde, en 1917, en su visita  a los tres pastorcitos. A una y a éstos les pide rezar el Rosario.

Desde la primera aparición de la historia, en Zaragoza, al apóstol Santiago, cuando aún ella vivía con la primera comunidad de cristianos, hasta hoy, María siempre se muestra como un permanente auxiliadora de los hombres, mostrándoles el camino para que vayan haciendo lo que su Hijo les diga.

Y el camino se dirige a  adquirir el verdadero "señorío", consistente en "no tener nada". De esta manera, ella puede sugerir con fuerza a su Hijo: "No tienen vino". Esto es una gran suerte. Las carencias atraen a la Madre, y ella, con su presencia, llama al corazón del Hijo.






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