¿Por qué se amotinan las gentes? El reto de la paz





París, mayo del 68




Se le atribuye al  rey David la apertura este Salmo, cantado de forma diversa por los fieles de todos los tiempos: ¿Porqué la gente se empeña en vivir como si Dios no existiera?

Es cierto. Los enemigos de Dios y de la Iglesia (en el fondo es solamente uno) no darán jamás su brazo a torcer. Les duele ver su libertad fabricada, con recortes.   No hay derecho ---dicen---,  y como desquiciados salen a las calles a gritar: "Prohibido prohibir" --al modo de los jóvenes del 68 francés, quizá pensando en su eslogan de ya 3 mil años, como una aportación a la cultura moderna.

De las demandas juveniles debidas a la presencia de prohibiciones en todos los ámbitos de la cultura, se ha pasado al "relativismo absoluto", es decir, no se debe aceptar ni el propio sexo, si el propio cuerpo como un definición de algo. No señor. El derecho a elegir no tiene límites: Yo soy y pienso lo que quiero ser y pensar. 

Este relativismo se ha insertado en cada rincón de las culturas. Ya no hay por qué argumentar en los parlamentos del mundo; ya no hay verdad ni mentira. Sin argumentos, se debe recurrir ahora a denostar  al contrario, con afán de quitárselo de en medio. Yo y mis castañuelas por encima de todo. 

Por eso, las reuniones de mil tipos, en el mundo, tan costosas para el erario, suelen acabar en casi nada. Pronunciamientos de buenas intenciones, y vuelta la burra la maíz. Y nos quieren animar los científicos y sus corifeos sobre el hallazgo de un planeta a millones de años luz con indicios de vapor de agua; mientras se mueren de sed en algunos países africanos y ya empieza a escasear en las grandes concentraciones urbanas.

Entonces, ¿porqué se amotinan las gentes y se embelesan con planes sinsentido, vanos?
La libertad de origen, genuina, tantas veces olvidada, necesita un "dador" de ella, un alguien aunque sólo sea a modo de referente, y un sentido; por eso sólo se encuentra en donde un "supremo hacedor" la otorga al hombre para alcanzar su fin. No un fin cualquiera, sino el fin único, no inventado por un ser solitario en un arranque de lucidez.






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